“El pensamiento de izquierdas no es el
pensamiento único, es el único pensamiento.” Javier Sardà, periodista.
Voy
a seguir disfrutando de la libertad que proporciona mi irrelevancia para seguir
saltándome el programa que me había marcado.
Siempre
me ha llamado la atención que la Ilustración en manos de las masas degenerara
en los horrores de la Revolución Francesa. Y es que hay saltos evolutivos que
son insalvables. Los perros nacen de la domesticación de los lobos, pero tratar
que un lobo adulto se comporte como un perro en un corto periodo de tiempo
puede ser peligroso o imposible. La evolución existe, pero las revoluciones son
sinónimo de desastre.
El
anticlericalismo que trae la Ilustración, y que después refuerza el marxismo, no
es una construcción nihilista. La izquierda no trata de destruir las creencias,
sino tan sólo de sustituirlas. Por eso no es tan importante que sus seguidores
menos cultivados no entiendan realmente los conceptos, ya que es suficiente que
tan sólo crean en ellos. Por eso cuando alguien cuestiona esos dogmas, y se ven
sin argumentos para defenderlos, lo primero que surge es la falacia ad hominem.
Es decir: tú no lo entiendes porque no tienes capacidad para ello, o es que no
estás informado, o es que estás manipulado, o eres un vendido, o simplemente es
que no quieres entenderlo. Si te opones públicamente a los supuestos argumentos
de la izquierda, cosa que sólo puede ocurrir por ignorancia o perversa maldad
según ellos, siempre habrá una turba airada e intolerante que considerará que eres
una persona muy poco digna de respeto y consideración, por lo que te mereces todos
los insultos, las burlas y los escarnios posibles. Ya que te han dado la
oportunidad de contemplar la verdad revelada ante tus ojos, y estás cometiendo
el sacrilegio de despreciarla. La opción que queda totalmente descartada es que
ese pensamiento de izquierdas sea en realidad una pamplina sin ningún
fundamento. La izquierda radical es el nuevo opio del pueblo.
Reflexionando
sobre todo esto veo que existen indicios sobre que este bullying ideológico, que me mantuvo en un armario forzado durante
años, no se fundamenta tanto en esa supuesta reiterada superioridad moral de la
izquierda. Pienso que la cuestión está más bien relacionada con un complejo de
superioridad intelectual, debido precisamente a la poca solidez real de sus
argumentos. Pero sobre todo esto escribiré en profundidad más adelante. Al
menos con toda la profundidad de la que es capaz un intruso profesional.
Antes de entrar en el nudo central de
esta serie de artículos sobre la libertad de expresión, sólo quiero recordar
una vez más los tres principios que he ido perfilando en relación a esto:
1.
Tratar
de anular las divergencias no es parte de la libertad de expresión, sino de todo
lo contrario.
2.
El respeto es
parte de la libertad de expresión: la vida cívica no debe plantearse como un
campo de batalla.
3.
NO
existe el derecho al insulto.
Ahora
me tomaré un pequeño periodo de descanso. Pero pronto volveré con el artículo
más largo y documentado de todos cuanto he escrito, el que origina esta serie,
que tratará de responder de la forma más neutral posible la cuestión que
planteaba el periodista Iñaki López en relación al autobús de HazteOír, durante
la agria entrevista a Ignacio Arsuaga, con la pregunta: ¿Qué nos dice realmente
la ciencia sobre el transgénero?
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