sábado, 11 de agosto de 2018

El imposible cruce entre los bisontes de Altamira y las vacas de Wisconsin.


 “La pittura è cosa mentale”, Leonardo da Vinci.
“Lo más terrible de este mundo es que todos tiene sus razones.” La regla del juego, Jean Renoir.


En abril de 2018 escribí sobre una conferencia en la que se menospreciaba buena parte del arte contemporáneo, quitándole la categoría de arte o imponiéndole la etiqueta de “arte basura”[1]. Con posterioridad a esa charla, que generó una cuasi agria polémica entre algunos de los presentes, una simpática profesora de filosofía, que aunque no poseía la acritud del ponente no se mantenía muy alejada de la tesis expuesta, me recomendó el ensayo de Alessandro Baricco El alma de Hegel y las vacas de Wisconsin[2].
A poco de empezar a leer vi que realmente de lo que hablaba Baricco en este ensayo era de algo distinto a lo que yo esperaba, aunque se pueda proponer como paralelo, y es de la diferencia, para él catastrófica, entre la música clásica (que prefiere llamar culta) y la contemporánea. No voy a entrar en exceso en la tesis de la obra, básicamente porque mis conocimientos de música no pasan de ser muy elementales, pero sí reconozco que es precisamente esta creencia, que el paralelismo entre ambas formas de expresión es posible, la que creo que señala la incomprensión hacia ciertos planteamientos de las artes visuales contemporáneas desde los que aman la música culta o el arte académico previo a las vanguardias.
Todo indica que la música es, entre lo que actualmente en Occidente consideramos arte[3], la manifestación de la creación humana más antigua de todas. Y podríamos decir que esto es así porque probablemente ya lo llevemos en los genes. La primera percepción de la existencia de cualquier mamífero es sonora: los latidos de la madre aún en la fase fetal.  En nuestra especie hay bebés que a los dos meses son capaces de igualar el tono, el volumen y el perfil melódico de tarareos, y a los cuatro meses acompasar sus movimientos a ritmos sencillos. Por ello, y por analogía con los grupos humanos de estructura simple aún existentes, hay pocas dudas de que la música y los bailes sociales fueron las manifestaciones artísticas primigenias. Con esto observamos que la música en general, a diferencia de otras manifestaciones artísticas, no requiere que el espectador posea una preparación intelectual previa, sino que puede percibirse de forma directa y alcanzar su objetivo sin ninguna clase de barrera cultural. Sobre esto hacen referencia de una forma muy directa los guionistas de los Simpson, cuando ponen a Homer escuchando una música rítmica y se pone alegre, y oye inmediatamente a continuación una lánguida y se pone triste.
Para muchas personas los efectos de la música son emoción en estado puro. Y esto se produce porque la música pura usa normalmente un medio primario y universal: un sonido con melodía, ritmo y armonía. La ventaja de esta forma de expresión es esa. El espectador no precisa de un lenguaje previo que sea necesario conocer, ni un código de signos que haya que descifrar. Simplemente suena y se escucha. Otra cosa es que le guste o no, o que el gusto se le haya educado/adiestrado inconscientemente por la repetición y valoración positiva o negativa en su ámbito social.
Podemos distinguir con esto a la música de la literatura escrita, en la que es necesario conocer el idioma y su escritura. Como esto también ocurre en las artes visuales, aunque su aprendizaje no sea tan dirigido y consciente como con la lectoescritura. Como ejemplo señalaré en un cuadro algunas diferencias esenciales entre ambos medios.

MÚSICA
ARTES VISUALES
Tiene al menos un creador (compositor), un intérprete (director en el caso de orquestas) y ejecutantes (los instrumentistas).
La creación y ejecución de la obra normalmente recae en el autor. En este caso es el espectador el que interpreta la obra.
Sólo los autores nacidos en la era de la era de la reproductibilidad técnica han podido supervisar al menos una grabación de su obra.
La obra de arte visual (salvo accidente, vandalismo o deterioro natural) permanece sin alteración física. Sólo puede variar la interpretación de sus receptores.
Las obras sólo tienen dimensión temporal.
La dimensión temporal no suele ser esencial en las obras visuales. El espectador decide su tiempo de recepción.
Normalmente el espectador es sujeto pasivo en la recepción de la obra. La disfruta o no.
El espectador tiene que establecer algún tipo de diálogo con la obra, al menos de lectura.

Para que se produzca la evolución de sociedades simples a complejas es esencial el desarrollo del pensamiento simbólico. La capacidad simbólica es la que da al ser humano la posibilidad de crear un lenguaje oral complejo, que dará paso a otra de las formas de arte primitivas: la narración. Para nuestros antepasados tener la habilidad de contar historias tendría muchas ventajas evolutivas. Podían saber qué se había hecho mal y qué bien en la caza. Podían transmitir conocimientos adquiridos a través de relatos. O fantasear sobre el origen o la transcendencia de las cosas. La narración oral, en algunos casos, también desembocaría en la representación de los hechos: el teatro. Pero la narración oral[4], a diferencia de la música, ya posee una frontera que hay que cruzar. Si no se conoce el lenguaje en el que transmite es imposible entenderla. Ya precisa de un camino iniciático básico: el aprendizaje del idioma común. A partir de esto toda forma de creación ya es una construcción social limitada a unos iniciados.
No podemos tener una certeza absoluta, pero es muy probable que en esta fase de consolidación y desarrollo del lenguaje oral se empezasen a crear las primeras imágenes, sencillas pinturas y toscas estatuillas. Las representaciones físicas no sólo permitían que la capacidad de simbolización del mundo se desarrollase, sino que además se transmitiera sin variaciones a sucesivas generaciones, sirviendo de alguna manera de preescritura. Desde las pinturas rupestres hasta el barroco ha sido esencial estar al corriente de los referentes culturales para poder leer las obras. El hecho de que estas representaciones tuvieran un sentido mágico-religioso no las invalidad como arte, sino más bien dan el sentido originario del arte: acciones conscientes y voluntarias que generan una emoción. En este sentido las lecturas vacías de contenido, el arte por el arte, es la excepcionalidad y no la regla en la historia del arte.
Por todo esto no podemos negar la conexión directa entre arte y religión. Si seguimos el planteamiento del filósofo Gustavo Bueno en torno a la religión como culto a los númenes, observamos el paralelismo. En una primera fase el animal estaría en el centro de la representación, y no hay más que ver que esto es cierto viendo el grueso del arte rupestre. En la segunda etapa, coincidente con la época de la domesticación, el animal y el hombre se fusionan. Veamos las representaciones de los primeros imperios: Egipto y Mesopotamia. Yo indicaría una tercera fase que Bueno se salta: la antropomorfización de la divinidad: evidente en Grecia, Roma y en el cristianismo… Y una cuarta (para Bueno la tercera) que nos llevaría al Dios impersonal, que según la teoría del materialismo filosófico estaría a dos pasos del ateísmo. Si observamos la evolución del arte desde esta perspectiva vemos que hasta ahora esto ha sido así. La desacralización del mundo en general y del arte en particular con la entrada del mundo contemporáneo es evidente. Ahora bien, en estos últimos tiempos están sucediendo dos fenómenos significativos. Por un lado, la vuelta al numen animal por un importante grupo de la población en Occidente: el llamado animalismo. Y por otro lado el inédito fenómeno contemporáneo que con notable acierto predijo Marshall McLuhan: el de la aldea global de las redes sociales, que a veces degenera en aldeanismo. Estas nuevas situaciones inevitablemente crean un nuevo mundo y con ello nuevas formas de representación y nuevos intereses en las artes visuales. Ya lo decía Dylan: “The Times They Are a-Changing”. O usando un texto de alguien no sé si menos sospechoso como Paul Valéry, citado por Walter Benjamin en esa obra fundacional de la contemporaneidad que es La obra de arte en la época de su reproductibilidad técnica:
La fundación de nuestras Bellas Artes y la fijación de sus distintos tipos y usos se remontan a una época que se distingue marcadamente de la nuestra, y a hombres cuyo poder sobre las cosas y las circunstancias era insignificante en comparación con el nuestro. Pero el sorprendente crecimiento de nuestros medios y la adaptabilidad y precisión que han alcanzado, nos aseguran para un futuro próximo profundas transformaciones en la antigua industria de lo bello. En todas las artes hay una parte física que ya no puede ser vista y tratada como antes; que no puede sustraerse a las empresas del conocimiento y de la fuerza modernos. Ni la materia ni el espacio ni el tiempo son desde hace veinte años lo que habían sido siempre. Debemos esperar innovaciones tan grandes que transformen el conjunto de las técnicas de las artes y afecten así la invención misma y alcancen tal vez finalmente a transformar de manera asombrosa la noción misma del arte.” Paul Valéry, Pièces sur l'art («La conquête de l'ubiquité»).
De ninguna manera todo esto que he expuesto hasta ahora quiere dar una carta blanca al arte contemporáneo. Más que nada porque el arte contemporáneo, como el renacentista o el barroco, no existe como “una unidad de destino en lo universal”. El arte, en todos los lugares y épocas, no es unívocamente acertado, enriquecedor y maravilloso. Desde sus inicios han existido artistas con obras desafortunadas, inútiles y horrorosas, ya que el artista per se no es un infalible demiurgo. Y tampoco quiero negar la evidencia de que, al igual que la música, ha existido un importante salto formal y conceptual entre buena parte de las artes visuales anteriores y posteriores a lo que se conoce como las vanguardias. La cuestión estaría en concretar esa diferencia.
En una de esas maravillosas sincronías que a veces nos sorprenden, poco después de leer el libro de Baricco, me suceden dos hechos no planificados: por un lado voy de forma imprevista a la neocueva de Altamira[5];  y por otro lado me encuentro por pura casualidad con el libro La palabra pintada de Tom Wolfe, que trata el asunto de la supuesta degeneración del arte contemporáneo desde la estricta perspectiva de las artes visuales. En este libro el periodista parte de la siguiente idea: “…francamente, hoy en día, sin una teoría que me acompañe, no puedo ver un cuadro.” Y en esto tiene Wolfe su parte de razón. Desde las vanguardias en las artes visuales se ha abusado del discurso teórico como excusa para todo. No lo voy a discutir, ni siquiera que esto sí sea un elemento común con cierto tipo de música contemporánea. El que se abran los límites del campo de batalla no significa que todo sea válido ni significativo. Vamos, que sí, que también se cuela mucha basura. Pero como construcción humana, que no divina, arte malo siempre ha habido y siempre habrá.

Epílogo: No es país para vacas.

Toda forma de arte es una construcción social[6]. Como construcción social está sujeta a coyunturas geográficas e históricas que hay que tener en cuenta para poder entenderlo, y disfrutarlo en toda su profundidad y dimensión. Dentro de lo que consideramos medios de expresión artísticos está la música, que tiene la particularidad de que con un control concretos de sus partes (melodía, ritmo y armonía) actúe directamente en nuestro sistema límbico.
Siendo una construcción humana, por lo tanto falible y sujeta a cambios, es sorprendente la vehemencia con la que algunas personas defienden interpretaciones del arte fuera de su canon, a veces con la misma actitud con la que un fanático protege un dogma de fe contra la herejía. En esto recuerdo y comparto otra tesis de Gustavo Bueno expuesta en su artículo El reino de la Cultura y el reino de la Gracia[7]: la visión que parte de la Ilustración y del idealismo que sustituye la idea de la Cultura a la del Reino de la Gracia. Una vez más la Ilustración tomando los territorios del cristianismo. Con esa visión encaja perfectamente la cita de Hegel que encabeza el opúsculo de Baricco: «la música debe elevar el alma por encima de sí misma, crear una región donde, libre de toda ansiedad, pueda refugiarse sin obstáculos en el puro sentimiento de sí misma».
Como no creo en los placeres excluyentes no descarto esta visión del arte “elevadora”, pero también creo que pensar que el arte es eso y sólo eso es absolutamente limitante y reduccionista. Hay formas de arte, como la música, que no necesitan de preparación para disfrutarlas, e iletrados, bebés o vacas pueden sentirse bien en su presencia. Pero otras formas de expresión artística parten de un lenguaje complejo que requiere de una iniciación y de una elaboración mental más propia del neocórtex, como la literatura y las artes visuales. ¿Qué es una hoja escrita en chino para alguien que no entienda ni lea ese idioma?  Puede tener escrito el mejor poema, pero para el que no conozca el código no verá más allá que unos dibujos abstractos sobre un papel. Pues lo mismo puede pasar con algunas manifestaciones visuales contemporáneas.
El arte es todo lo que el ser humano quiere que sea. Un medio para alcanzar lo sublime o un lenguaje para comunicar emociones, o un divertimento para jugar, para reír o reflexionar. El arte como todo lenguaje a veces puede admitir someterse a reglas, y otras pueden estar ahí esperando que sean rotas. Y en cualquier caso, hagamos lo que hagamos, sigue existiendo un hilo invisible que une la mano de la persona que pintó los bisontes de Altamira, la que esculpió en mármol, la que pintó al óleo, la que compuso música que agrada a las vacas, la que diseñó instalaciones o creó performances, hasta la que hoy maneja el ratón de un ordenador.
Como dijo Hipócrates: "La vida es breve, el arte largo, la ocasión fugaz, la experiencia confusa, el juicio difícil.[8]" Para algo que tenemos que nos agrada y no es tan importante, no lo hagamos más difícil.


[1] http://orlandoddrago.blogspot.com/2018/04/reflexiones-de-un-artista-basura-en.html
[2] Alessandro Baricco, El alma de Hegel y las vacas de Wisconsin, 1999. Ediciones Siruela.
[3] La perspectiva de este artículo se centrará en todo momento desde el punto de vista de la evolución del fenómeno en Occidente.
[4] Que posiblemente evolucionase a través de sonidos que se estandarizasen y aceptasen durante las narraciones gestuales de los líderes carismáticos de las tribus humanas. 
[5] En la airada conferencia, no por el ponente, sino por su más fiero defensor, se negó la condición de arte al rupestre por encontrarse privado de la condición elevadora que proponen los partidarios del arte como sublime ideal romántico.
[6] Aunque globalmente no estoy cerca de las tesis del constructivismo social en este caso sí es obvio e inevitable: el arte es una construcción social. Si en algunas situaciones considero que las llamadas construcciones sociales son en realidad materializaciones coyunturales del fenotipo, en el caso del arte no hay duda de que se trata de manifestaciones que derivan de la complejidad social misma.
[7] Gustavo Bueno Martínez, El reino de la Cultura y el reino de la Gracia. El Basilisco, 2ª época, nº 7, 1991, páginas 53-56. http://www.filosofia.org/rev/bas/bas20706.htm
[8] Hipócrates, Aforismos. "Ὁ βίος βραχὺς, ἡ δὲ τέχνη μακρὴ, ὁ δὲ καιρὸς ὀξὺς, ἡ δὲ πεῖρα σφαλερὴ, ἡ δὲ κρίσις χαλεπή."