jueves, 26 de abril de 2018

Reflexiones de un artista-basura en excedencia en torno a la conferencia de Javier R. Portella impartida durante el XXII Encuentro Eleusino celebrado en Salamanca —o— ¿De qué hablamos cuando hablamos de arte?


“…si alguien, por ejemplo, dice que es un buen flautista o que sobresale en cualquier otro arte, sin ser verdad, entonces o se burlan o se indignan con él, y sus parientes, yendo por él, le recriminan como si se hubiera vuelto loco.” Platón, Protágoras, traducción de J. Velarde (Oviedo 1980).


Cumplida ya la primera cuarta parte de mi año sabático empecé a pensar que me vendría bien algún viaje corto fuera de Madrid. La casualidad quiso, bendita sincronía, que descubriese que se iba a celebrar en Salamanca, ciudad que me entusiasma, el XXII Encuentro Eleusino. Estos encuentros son una iniciativa del singular escritor Fernando Sánchez Dragó que, aunque con un componente predominante espiritual, en un par de ocasiones se ha acercado a cuestiones más mundanas. Además, daba la casualidad de que en mi cábala particular el veintidós es mi número mágico, y no sólo ese era el número del encuentro, sino que también el último día de celebración también era el veintidós. Así que tenía que ir. Pero es que, por si todo esto fuera poco, aquello tenía para mí más puntos de interés.
Quería escuchar a Sánchez Dragó en “petit comité” sobre este asunto que le es tan cercano, la incorrección política, me despertaba curiosidad. Y, casualmente, con Dragó en persona coincidiría por primera vez en la Cineteca del centro cultural Matadero de Madrid, un mes después de enterarme de que iba a hablar de esto y un mes antes de la celebración de los encuentros. Y también aquel encuentro me daba la posibilidad de escuchar una conferencia en directo de Gustavo Bueno Sánchez, hijo y discípulo del filósofo Gustavo Bueno Martínez, célebre autor del sistema del materialismo filosófico. Y aunque su discurso me interesaba y su solidez intelectual queda fuera de toda duda, no considero que sea uno de los discípulos de Bueno que puedan caracterizarse por meterse en refriegas polémicas que puedan entrar dentro de lo políticamente incorrecto, o al menos sus formas están lejos de la estridencia y de lo atrabiliario. Cuestión que quizás puedan estar más cerca de otros discípulos como Íñigo de Ongay y el animalismo, Pedro Insua y el nacionalismo o Jesús G. Maestro y todo lo que se le cruce por delante que no le guste (con todos mis respetos, no quisiera ser yo víctima de su apisonadora intelectual). Por otro lado también es cierto que contaba con la presencia disuasoria para mí de Juan Carlos Monedero, no en vano yo ya hice hace años una pública profesión de fe en la que renunciaba explícitamente a Satanás, a sus pompas y manifestaciones, con lo que tendría que ausentarme durante esa intervención acudiendo a un centro de arte contemporáneo al que nunca había ido, y que al final me quedé sin poder ir. Pero voy al grano.
Ya en Salamanca, en la presentación Dragó planteó algunas cuestiones políticamente incorrectas y con las que estoy totalmente de acuerdo; incluso alguna que yo desconocía que compartía con su pensamiento, como la cuestión del sufragio universal. Y planteaba otra que, aunque en ella también coincidimos, yo la expreso con un matiz que nos diferencia y que está directamente relacionada con la cuestión del arte, que es la de las señales que indican que nos encontramos ante un probable fin del mundo, en su opinión, o en mi planteamiento, fin de Occidente.
Había otra conferencia que se había programado el último día por la mañana que no parecía que fuera a causar una gran controversia. De hecho, según me contó el coordinador de los encuentros, esperaban que fuese algo más tranquila, para iniciar el domingo tras las charlas más potencialmente conflictivas del sábado. Aunque si leíamos con atención el título ya podíamos ver que la cosa partía con una cierta provocación: «¿Tolerar o impedir el arte-basura contemporáneo?». Y ahí ya nos encontrábamos con que ante la existencia de un tipo de arte considerado basura, ya empezábamos haciendo amigos, sólo se planteaban dos posibilidades: o tolerarlo, con el matiz de displicencia que el término lleva consigo, o directamente prohibirlo, ejerciendo sin ninguna clase de pudor de una censura en la expresión de la creatividad humana. En ningún caso se sugería una convivencia gozosa o directamente de una posibilidad de disfrute intelectual con esta forma de expresión artística. Al menos, a pesar de lo despectivo de la expresión, se le consideraba arte, basura, pero al menos arte. Algo es algo.


“Reflexiones en torno al arte, su territorio, sus límites; el objeto y el objetivo artístico; la manualidad artesanal, su elaboración mecánica o conceptual; lo fraudulento, lo legítimo; buenas y malas acciones; la perversión del arte; necesidades e implicaciones de su función mercantil; el orden y el caos en el hecho artístico; la objetividad y la subjetividad en su apreciación y análisis… Entre otras consideraciones.” Ensamblaje con caja de madera, cristal, gafas y papel. 


¿Y a qué se refería el ponente con eso de “arte-basura”?
El señor Portella, con un ímpetu testosterónico más propio de un joven airado, leyó su conferencia en la que ponía esta etiqueta a lo que llamó de forma genérica “arte contemporáneo”. Llegados a este punto recordé una cita de Salvador Dalí, al que Dragó salvó de la quema, recordando con acierto también su brillante faceta como escritor con la que comparto su aprecio. Dalí sobre “arte moderno” comentó: «No te empeñes en ser moderno. Por desgracia, hagas lo que hagas, es la única cosa que no podrás evitar ser». Cita que traigo a colación porque la contemporaneidad en principio no lleva aparejada ninguna característica definitoria, sino más bien al contrario. Y partiendo de este punto tan artista contemporáneo es Antonio López, cuya obra es habitual de la feria de arte ARCO, como cualquier autor coetáneo que use nuevos lenguajes alejados de cualquier formalismo clásico. La conferencia de Portella limitaba la definición del arte dentro de los cánones de lo clásico, la sublimidad de lo bello, el misterio de lo sagrado y esas cosas que pretendían convertir a los artistas en seres tocados por el dedo de Dios, algo así como chamanes que nos conectaban con lo inefable. No mantengo que esa visión del fenómeno sea falsa ni alejada de la realidad, sino que, si me permites una boutade posmoderna, citando al periodista José Manuel Parada (el del pianista), también podríamos tener en cuenta que «no hay placeres excluyentes», o al menos en esto no tendría haberlos.
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Y ahora una pequeña aparente digresión que ayudará a explicar mi postura.
Una civilización es un ente vivo. Nace, se reproduce a través de sus influencias, naciones e imperios y finalmente muere. Occidente parte de la Grecia clásica, sin duda, se consolida y extiende con Roma, y finalmente se cohesiona y desarrolla con el cristianismo. Occidente ha tenido sus enemigos, sin duda, como los tuvo Roma antes de su caída. En este caso yo suelo resumirlos en tres grandes íes: el islam, la izquierda indefinida (que decía Gustavo Bueno) y los idiotas.[1] La izquierda indefinida, también llamada marxismo cultural en el mundo anglosajón, aparte de su influencia directa de la escuela de Frankfurt, es posible que realmente tenga otro proto-antecedente que casualmente también empieza por i: la Ilustración. A partir de la Ilustración Dios y cualquier viso de espiritualidad, parte esencial de uno de los pilares de Occidente a través del cristianismo, empieza a morir lentamente. Casualmente, poco después, a lo largo del siglo XIX empiezan a surgir sistemas de reproducción mecánica de la realidad. También casualmente cuando casi se cumplía un siglo de la difusión del primer daguerrotipo (en el mismo lugar donde se centró la Ilustración y la posterior Revolución del cambio) un miembro de la Escuela de Frankfurt, Walter Benjamin, publica La obra de arte en la época de su reproductibilidad técnica.
Tras las últimas exploraciones cromáticas del impresionismo y del postimpresionismo las artes visuales habían llegado a un callejón sin salida, la pintura hasta entonces corría de un serio peligro de estancamiento. El arte en sus temas ya había iniciado un proceso de desacralización que era propio del espíritu de los tiempos. Sin embargo, conservaba la esencia de lo bello heredada del paganismo grecolatino que adoraba la belleza del ser humano como summun de lo divino. Y como diría el nobel Dylan, desde la Ilustración los tiempos estaban cambiando.
Así tenemos un cambio de siglo en el que para muchos Dios y todo lo sagrado ya está muerto, con lo cual la belleza puede cuestionarse, y las formas y los fondos han sido explotado hasta la saciedad. Para salir del nihilismo era un momento de buscar nuevos caminos o unirse directamente a él. Así pongo tres momentos como paradigmáticos:
1907: Picasso tras ver la fuerza de lo primitivo en África pinta Las señoritas de Avignon, que es una propuesta de deconstruir la forma rompiendo los cánones occidentales clásicos creando nuevos paradigmas, esto generará el cubismo y posteriormente otras líneas de trabajo de reinterpretación del arte representativo.
1910: Kandinsky, desde un ambiente prerrevolucionario, toma el camino de la deconstrucción a través del color, creando múltiples líneas de trabajo que juegan con las formas.
1917: En plena Gran Guerra, Duchamp con influencia del nihilismo dadaísta, presenta La Fuente, obra fundacional de la deconstrucción del discurso de lo sagrado.
En una década las motivaciones del arte dejan de ser exclusivamente lo que eran, sin que esto signifique negar el peso de la historia. Repito lo de Parada: No hay placeres excluyentes. Pero un mundo nuevo, con diferentes creencias y costumbres, implica un paradigma distinto a la hora de expresarlo y esto se traslada necesariamente a sus formas de expresión artísticas. El artista puede expresar o no lo intangible, pero en cualquier caso lo hace siempre desde un espacio y un tiempo concreto. Y el artista no puede ni debe permanecer aislado a los tiempos, y los tiempos han cambiado por completo, nos guste o no.

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Pero vuelvo a la conferencia, porque el enfrentamiento colérico hacia las nuevas formas de plantear el arte por parte de Portella me trajo varias sorpresas. La que más me impresionó sin duda, fue la inclusión de una artista afrocubana, Harmonia Rosales, que no considero que se escape en exceso de planteamientos clásicos, más bien al contrario, se sirve de ellos para hacer una relectura desde su particular condición humana: negra descendiente de africanos llevados a la fuerza a ejercer la esclavitud a una isla caribeña. Pero formalmente no rompe en exceso con el canon clásico. Las variaciones de temas ha sido una constante en el arte. No quiero creer que el Sr. Portella tenga algún problema porque esta autora sea mujer, negra y cubana.
Por su parte Dragó hizo alusión a un artista contemporáneo muy polémico: Damien Hirst. Pero en este caso no voy yo quien lo defienda personalmente, aunque sí defiendo su derecho a hacer lo que hace y, especialmente, a ganar el dinero que gana con ello. Es una simple defensa de la libertad de oferta y demanda. Porque ese es otro asunto: confundir lo que es arte con su vinculación al mercado.
En una charla informal posterior, una de las personas habituales de los encuentros con la que comenté mi punto de vista comentó que esto le resultaba algo parecido a lo de la polémica de llamar matrimonio a las uniones civiles entre personas del mismo sexo, defendiendo que si el fenómeno era distinto su denominación también debería cambiar. En este caso pienso que el fenómeno no sólo no es distinto, sino que voy más allá, ya que pienso que la visión clásica del arte no constituye una realidad monolítica y excluyente, sino que realmente se trata sólo de un epifenómeno espacio temporal (Occidente) dentro de algo mucho más grande que acoge a todos los tiempos y a toda la Humanidad.
Llegados a este punto sería interesante buscar definiciones de la palabra arte. O al menos tratar de determinar de qué hablamos cuando hablamos de arte.

¿De qué hablamos cuando hablamos de arte?

Sin ocultar la polisemia del original griego de la palabra arte (τέχνη), no podemos negar que ya entonces el término aludía a todas aquellas actividades de la creatividad humana que se generaban a través de su inteligencia. Y también podemos observar que el arte, con todas sus evoluciones, ha mantenido en mayor o menor grado tres aspectos con cierta constancia: el arte como una manera de tratar entender o explicar el mundo, el arte como camino para expresar y compartir emociones, y por último, el arte como vía de felicidad o al menos como bálsamo para la infelicidad.
Si acudimos al diccionario de la RAE tenemos que en su segunda acepción indica:
2. m. o f. Manifestación de la actividad humana mediante la cual se interpreta lo real o se plasma lo imaginado con recursos plásticos, lingüísticos o sonoros.


Por otro lado, yo como “artista-basura”, según el punto de vista de Portella, defino arte como cualquier acción consciente y voluntaria que pretenda generar una emoción en el espectador. Con lo cual tanto esta definición como la del diccionario se mantienen abiertas a fenómenos más amplios de los que lo que aparecen en el discurso del ponente, sin desdecirlo. E incluso se abre a otras manifestaciones fuera del ámbito espacio temporal que representa Occidente, que aunque sus creadores no denominasen con un término equivalente, sus intenciones y resultados son coincidentes. Por lo que tanto a los bisontes de Altamira, como a las obras visuales, narrativas o sonoras de África (por usar un ejemplo al que hizo referencia Dragó) sí podríamos considerarlas formas de expresión artística. Como una rosa es una rosa para nosotros sin que haya necesidad de que la flor sea consciente de que lo es.
En cualquier caso, entrar en detalle en los matices de lo que es arte o no lo es llevaría mucho tiempo, porque hay muchísimos puntos de vista posibles, y como además hemos visto que genera tanta pasión, creo que sería bueno que se plantease un Encuentro Eleusino sobre este asunto. Y espero poder estar allí para hablar de ello.



[1] Dragó añadiría una cuarta i: Internet. Curiosamente hay quien sostiene que la waw, sexta letra de los alfabetos semíticos, es equivalente a la w que se repites tres veces en Internet. Así tendríamos que www=666
"y que ninguno pueda comprar o vender, a no ser el que lleve esa marca, [que es] el nombre de la bestia o el número de su nombre. Aquí es [donde se ve] la sabiduría. El que tenga inteligencia descifre el número de la bestia, pues es el número de un ser humano: su número es seiscientos sesenta y seis." (Apocalipsis, 13, 17-18)