domingo, 9 de abril de 2017

“Apuntes sobre los límites de la libertad de expresión en el ámbito de la esfera pública de las democracias liberales” o “Repíteme eso y te parto la cara, hijoputa”. (1ª parte.)


“La opinión es como el agujero del culo. Todos tenemos uno y creemos que el de los demás apesta.” Anónimo.

Odios, afectos y pensamiento impuro.

En estos tiempos es muy difícil mantenerse al día con las disputas que surgen a causa de la libertad de expresión. Vivimos una época muy convulsa. Cada vez más prima la expresión exaltada por encima de la argumentación razonada con sosiego. Estos son días en los que los exabruptos emocionales de escasos 140 caracteres pretenden erigirse en argumentos válidos y destructores de cualquier divergencia. Y si no les parece suficiente incluso recurren a la violencia física, o al hackeo informático, para acallar al disidente. ¿Es que acaso pretenden traer a la realidad la “ideadelito”[1] del socing[2] orwelliano? ¿Es que acaso el que no comparte algún aspecto del pensamiento políticamente correcto debe mantenerse en la neutralidad hipócrita del “doblepensar”[3] para no ser condenado por ello? Porque ahora la cuestión parece ir más lejos. No irrita tanto que se digan ciertas cosas como que simplemente se piensen. La disensión no tiene que implicar odio, hostilidad, discriminación ni violencia. Se trata tan sólo de poner en común diferentes visiones donde no existen certezas. La libertad de expresión, con sus límites de respeto y legalidad, es un derecho básico de la democracia. Creer lo contrario es apostar decididamente por un totalitario pensamiento único.
La convivencia en sociedades complejas sólo es posible aplicando por parte de todos grandes dosis de pensamiento impuro. Es decir, a través de la aceptación expresa de la relatividad de nuestras propias creencias o supuestas certezas, para así poder mantener al menos un cordial respeto hacia las otras corrientes ideológicas que comparten nuestro espacio. En democracias constitucionales no deberíamos concebir la vida cívica como un campo de batalla. La libertad de expresión tiene que limitarse legalmente en algunos casos, como la difamación, la injuria o la incitación a la violencia. Pero como cortesía también debería moderarse, o al menos modularse, si con ello podemos ofender a otros. Conocer y aplicar adecuadamente ese respeto, sin dejar de expresarnos con una cierta libertad, constituye todo un ejercicio de inteligencia y madurez social.

El autobús atómico.


“Con toda acción ocurre siempre una reacción igual y contraria: quiere decir que las acciones mutuas de dos cuerpos siempre son iguales y dirigidas en sentido opuesto.” Tercera Ley de Newton.



Todo comenzó el lunes 27 de febrero de 2017, aunque yo me enteré al día siguiente por pura casualidad. Me encontré en Facebook un comentario muy razonable y valiente de un joven escritor sobre una polémica en torno a un autobús. Pablo Vázquez en su muro hacía una breve y clara defensa de la libertad de expresión en relación a este asunto, en la que afirmaba que aun no estando de acuerdo con las ideas que allí se exponían, consideraba que los autores tenían el derecho a expresarlas.


Leer el debate posterior que generó el comentario fue muy interesante. Existía una cortés disputa entre la línea de pensamiento de eso que Gustavo Bueno llamaba izquierda indefinida[4] y la socialdemocracia dialogante y razonable de Vázquez. La cuestión desde el ala extremista no era sólo porque allí se expresase algo contrario a lo que consideraban correcto, lo que les resultaba atroz es que aquello demostraba que alguien PENSABA algo fuera de la ortodoxia establecida. ¿Considerarían acaso que ya es el momento de crear un orwelliano Ministerio de la Verdad[5]?
Desconocía los motivos que había llevado a los promotores de lo del autobús a iniciar aquella campaña. Así que estalqueé un poco por ahí.  Y así descubrí que no se trataba de una propuesta original, sino de una respuesta. Unos meses antes, con menor repercusión pública, Chrysallis Euskal Herria, una asociación vasca de familias de menores transexuales, había colocado en marquesinas de paradas de autobuses el siguiente cartel:



Con independencia de la opinión de cada uno sobre este asunto, pude observar tres hechos:

1.     La campaña de HazteOir.org había sido más afortunada en su impacto mediático. De hecho, yo no me hubiera enterado de la primera si no es por esta última.
2.     Si los de HazteOir.org tras ver la campaña de la asociación vasca pensaron que debían responder de alguna manera, estaban en su derecho. Ya que no existe actualmente ley alguna que lo prohíba. Si en una democracia alguien expone un punto de vista, siempre existe el legítimo derecho de respuesta del que piensa de forma opuesta o simplemente diferente. Negar ese derecho implica no aceptar un principio básico de la democracia.
3.     Los dos planteamientos parecían irreconciliables.

Así pues, concluí lo mismo que Vázquez en su muro. Podemos estar de acuerdo o no con lo que se dice, pero no podemos dudar de que uno de los fundamentos de la democracia es aceptar la libertad de expresión de todos, siempre y cuando eso no implique difamación, injurias o incitación a la violencia. Y en aquello no parecía que había nada de eso. ¿O sí lo había y yo por algún prejuicio que mantenía era incapaz de verlo? ¿Estaban realmente equivocados los del autobús y sólo estaban en posesión de la verdad los del cartel? ¿Por qué todo el mundo parecía tener clara la respuesta en este asunto? ¿Hay realmente alguna certeza indiscutible sobre esto? ¿Todo el mundo sabía algo que yo desconocía? ¿Falté ese día a clase? ¿Tenemos fundamentos científicos indudables de todo esto y yo sin enterarme? Realmente no tenía nada claro. También es cierto que no era un tema al que le hubiese prestado especial atención. Y tenía más preguntas que respuestas. Así que por todo eso, y tras ver las reacciones desaforadas que aquello había provocado, pensé que debía hacer un análisis más detallado y sosegado del asunto, ya que no era capaz de encontrar argumentos sólidos por ninguna parte. Aunque no sabía si mi tendencia procrastinadora me permitiría hacerlo. En aquel momento estaba escribiendo un artículo sobre ansiedades y depresiones, y lo fui dejando ir…

***

Pasados unos días, ya era sábado, iba a elegir una película en una de esas plataformas VoD cuando zapeando, de nuevo por casualidad, vi que en televisión iban a entrevistar al responsable del autobús. Me picó la curiosidad, descarté mi plan y me quedé a verlo. En aquel programa de La Sexta Noche, 11 de marzo de 2017, el periodista Iñaki López entrevistó con especial virulencia a Ignacio Arsuaga, presidente de HazteOir.org. A lo largo de la entrevista me resultó curiosa la insistencia del presentador en dejar sentado que supuestamente “la biología dice claramente que la elección del sexo está en la cabeza y no en los genitales” o que “la ideología de género es igual a ciencia”. A través de la entrevista también me enteré de que el objeto del autobús era repartir un breve libelo[6] sobre el asunto. Librito que desconocía y que a fecha de hoy aún no he leído, por lo que no puedo argumentar a favor ni en contra de él. Pero lo que sí me impresionó fue el convencimiento del periodista. Y aquello ya me impulsó definitivamente a querer investigar un poco más profundamente sobre el asunto.


Y finalmente me puse con ello. Ha sido muy duro. Me ha ocupado cuarenta días con sus cuarenta noches. Toda una travesía por el desierto en la que me he llevado más de una sorpresa. Por lo pronto algo sí te puedo adelantar. Entre ambos carteles sí tengo claro que hay una afirmación que no es cierta de ninguna manera: y es que nada de esto es “así de sencillo”. De eso nada. Todo este asunto es muy complejo. Y no sé si me ha valido la pena el esfuerzo de tratar de entenderlo. Aunque lo he hecho porque creía que lo debía hacer. Porque ¿qué sentido tiene despreciar a alguien al que acusas de querer imponer sus creencias, cuando tu alternativa no se basa en argumentos apoyados en pruebas científicas, sino que se trata de otra opinión sentimental más? Y, en cualquier caso, si hablamos de manifestar en público creencias, tendríamos que tener claro algo:

La libertad de expresión es un derecho. Anular las divergencias NO lo es.



Y a partir de hoy, haciendo uso de mi libertad de expresión, si me dejan, empiezo a publicarlo en pequeñas dosis. Eso sí, en dosis asumibles en estos tiempos de crisis lectora. Así que por hoy es suficiente.
Espero que me acompañes.  

(Continuará.)



[1] Crimethink , crimen de pensamiento. Término de la neolengua que aparece en la novela 1984 de George Orwell.
[2] Del original Ingsoc. Responde al acrónimo “socialismo inglés”. Ibidem.
[3] Doublethink, id. Aunque se tengan ideas propias mostrar siempre en público el pensamiento políticamente correcto que agrada al Gran Hermano. Ibid.
[4] El mito de la Izquierda, Gustavo Bueno. Ediciones B, Barcelona 2003. ISBN 84-666-1109-6
En este caso, ahora que en algunos lugares han alcanzado el poder, yo la llamaría izquierda maquis, ya que pese a entrar en los canales abiertos del poder establecido, aún siguen mostrando modos y maneras de guerrilla urbana.
En la polémica informal que surge tras el comentario de Pablo Vázquez, por ejemplo, algunas respuestas destilan un radical resentimiento, que oscila entre lo histórico y lo histérico, en la exégesis del subtexto. Aunque los argumentos, si se les puede llamar así, no pasan de ser proclamas sentimentales.
[5] 1984, George Orwell.
[6] En su antigua acepción.