domingo, 14 de mayo de 2017

Apostillas al díptico de la guerra de los autobuses: el “derecho” al insulto, las etiquetas y la utilidad de protegerse en un armario. (Hoy más biográfico que nunca.) – Libertad de expresión, 4ª parte.

No voy a dejar que la actualidad se imponga a mis intenciones, ni aunque sea para darme la razón. Porque es cierto que podría comentar la desafortunada proposición de ley de Podemos (según ellos como intermediarios) contra la discriminación LGTBIQ+++ (y todo lo que quieran poner). El asunto toca de pleno lo que estoy tratando en mi serie sobre la libertad de expresión, ya que nació a partir del autobús de HazteOír. Me sobrarían los motivos para atacar a mis bestias negras podemitas. Pero no. En este caso sería injusto. Hoy (y sólo hoy) estos hijoputas[1] son mis hijoputas. Porque sería una hipocresía no haber empezado la guerra con las leyes, casi miméticas, que ya aprobó antes el PP en Extremadura en 2015 o en Madrid en 2016. Así que será otro día cuando hable de todo esto. Sólo te dejo un apunte: te animo a que leas o releas el libro V de La República de Platón, cuando pone en boca de Sócrates la diferencia entre opinión y conocimiento. Porque yo creo que por ahí palpitan muchos de los problemas que tenemos actualmente. Pero hoy sigo con lo mío.
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Ahora lo contracultural es no ser de izquierdas.

"Para que triunfe el mal, basta con que los hombres de bien no hagan nada." Edmund Burke.
 Aunque se preste al chiste fácil, confieso que yo durante muchos años he sido un idiota en una de sus antiguos significados etimológicos[2]. Yo podía tener algunas inevitables opiniones, supongo que más emocionales que razonadas, pero no las exponía en público. Pero lo que siempre me llamaba la atención era la seguridad con la que las personas de izquierdas proclamaban en cualquier parte las suyas, dando por sentado que los demás presentes las compartiríamos. Y la verdad es que en mi caso casi nunca ha sido así.
He sido niño de la Transición, abrí mi mente a la política durante el “reinado” de Felipe González, y después, durante muchos años, me dediqué al arte. Así que he estado casi toda mi vida bajo un establishment que se autodenominaba progresista. Tanto ha sido así que para mí lo contracultural siempre ha sido no ser de izquierdas. De niño no tuve tan poco dinero como para envidiar al que lo tenía, y de adulto nunca he tenido tanto como para tener mala conciencia por ello. Y siempre he pensado que, aunque bienintencionadas, la mayor parte de las propuestas de la izquierda, por su poca solidez, acaban causando más problemas que ofreciendo soluciones. Así que nunca me ha dado por hacerme o sentirme socialista ni ninguna de esas cosas.
El bendito azar, más importante en nuestras vidas de lo que creemos, hizo que la primera vez que oí a alguien explicar por qué él era de izquierdas sería en una de esas tertulias políticas de la época, tal vez en La clave o alguna así. El tipo explicaba que si se iba a comprar unos zapatos esperaba que algo que él llamaba el Estado le iba a proteger de que estuviesen bien fabricados, siguiendo unas normativas preestablecidas. Mi yo niño, como descendiente de comerciantes que se remontan a los Reyes Católicos, se sorprendió de aquello porque le resultó una memez. Si aquel señor con bigote quería unos zapatos de calidad, pensaba yo, tendría que buscar un buen fabricante de calzados. ¿Por qué tendría que intervenir eso que él llamaba Estado en esa transacción privada? Pese a esto, no estoy describiendo la infancia de un monstruito liberal strictu sensu. Mi educación cristiana, bajo diferentes carismas, me lo hubiera impedido. Aunque no niego que hay un par de acepciones de la palabra liberal que me gustan mucho.



El insulto como etiqueta (y viceversa).

“Allison: Estoy a la mitad de mi tesis universitaria.
Alvy: ¿Sobre qué?
Allison: El compromiso político en la literatura del siglo XX.
Alvy: Ah, ¿a ti te gustan los judíos universitarios, neoyorkinos, intelectuales, liberales, izquierdistas y las colonias socialistas de verano, y los posters de los años 20, y los grafitis de denuncia, y los mítines y las manifestaciones…? Párame antes de que diga más imbecilidades.
Allison: No, eso es esplendido. Me encanta que me reduzcan a un estereotipo cultural.
Alvy: Yo soy un reaccionario, ¿sabes? Pero de la izquierda.” De los diálogos de Annie Hall. Escrita por Woddy Allen y Marshall Brickman.

Etiquétame y presume de ello.
Me gustaría poder darte una etiqueta para que pudieras presumir de mí. “¡Eh, mira lo “open mind” que soy que tengo un amigo X[3]!” Pero eso no sería cierto. Me gustaría poder reducir mi pensamiento a un “estereotipo cultural”, pero no me resulta fácil. Hace años pensaba que era un pacífico anarquista de derechas, más que nada por la broma, porque nunca he sido tan activista como un anarquista (no me veo tirando bombas ni clavando piolets a la gente). Así que lo cambié por un moderado ácrata demócrata cristiano, pero con esto había que dar muchas explicaciones. Me queda la posibilidad de ser un libertario pequeño burgués… Pero no sé, creo que me lo voy a seguir pensando. Lo que sí me parece muy pobre es eso de “facha”. Hay que ver lo gastada que está esa palabra. Ya ha perdido por completo su sentido original. Las pocas personas que se etiqueten fascistas que puedan quedar estarían ya hasta mal vistos por los originales. Quizás por eso me hizo ilusión cuando alguien en Twitter hace poco trató de insultarme diciendo que mis propuestas son “cuentos liberales”. Pero como ya he dicho no creo que yo sea muy liberal, salvo por su cuarta acepción y algo de la quinta, pero agradezco al menos su originalidad.  En cualquier caso, si me lees y te parece mal lo que aquí digo, etiquétame y presume de ello.

Esta pequeña digresión autobiográfica, dentro del gran circunloquio de esta serie, viene a cuento de mi actitud en la vida pública con respecto a la política. ¿Por qué he permanecido a ella durante años? Pues porque muy pronto vi que discutir a estas personas sus ideas no nos llevaba a nada, especialmente entre personas que no nos dedicábamos a ello. Y vi que las personas de izquierdas tenían una serie de ideas y prejuicios muy arraigados que era imposible de contradecirles, por más que los hechos les contradijeran se mantenían en sus principios con una fe ciega. Por ello llegué a la conclusión que se trataba de una cuestión de fe, que era una religión sin Dios, pero no por ello menos mística. Así que tomé la decisión de entrar en un respetuoso silencio. Es decir, entré en un armario ideológico. En este sentido acabé entendiendo muy bien a mis amigos homosexuales que preferían vivir sus deseos con discreción. ¿Para qué meterse en discusiones que no llevan a ninguna parte?

Ya en este siglo, con la llegada de Facebook, decidí dejar de leer las homilías de mis numerosos amigos de izquierdas por la red. Si yo no les aleccionaba de ninguna manera, yo no tenía que leer aquellas opiniones que ni compartía ni me interesaban. Pero estando en eso, durante la infausta presidencia de ZP, surgió el 15M, las desgracias nunca vienen solas. A partir de ahí todo cambió. Si aquello se hubiese disuelto como un azucarillo no hubiera pasado nada, pero no fue así. La izquierda se fracturó y surgió Podemos. Este blog nació por ellos. Sin ellos no me hubiera metido a escribir de asuntos que nunca han formado parte de mi negociado. Cuando en 2015 tras las elecciones autonómicas y municipales empezaron a tener una presencia considerable, empecé a preocuparme. Y muchas de sus acciones posteriores me dieron la razón, a mi pesar. El clima político no me agradaba en exceso. Valoré seriamente irme de España. Vínculos afectivos me sugirieron que esperara a las elecciones generales. Afortunadamente pincharon y dividieron a la izquierda. No hay mal que por bien no venga, pensé entonces. Tras la involuntaria segunda vuelta, y viendo que el “problema Podemos” parecía enquistarse, pensé que era momento de tomar partido. Pensé en el famoso fragmento del sermón de Martin Niemöller, tantas veces atribuido erróneamente a Bertold Brecht.
«Cuando los nazis vinieron a buscar a los comunistas, guardé silencio, porque yo no era comunista. Cuando encarcelaron a los socialdemócratas, guardé silencio, porque yo no era socialdemócrata. Cuando vinieron a buscar a los sindicalistas, no protesté, porque yo no era sindicalista. Cuando vinieron a buscar a los judíos, no pronuncié palabra, porque yo no era judío. Cuando finalmente vinieron a buscarme a mí, no había nadie más que pudiera protestar.» 

La izquierda maquis y los insultos.


“A menudo digo que hay tres preguntas que podrían destruir la mayor parte de los argumentos de la izquierda. La primera es: ¿comparado con qué? La segunda: ¿a qué coste? Y la tercera: ¿qué evidencia tienes? Hay muy pocas ideas de la izquierda que puedan responder a todo.”[1] Thomas Sowell.

El lunes siguiente de publicar el díptico de los autobuses, una amiga de izquierdas (disculpen el pleonasmo[2]) me reconvino por algunas cuestiones que trato en estos artículos. Ella sí cree en el derecho de Podemos a hacer ese autobús. Mi amiga pensaba que lo que dice y muestra ese autobús es parte de la libertad de expresión. Y que con ello insinuaban, pero que no decían nada directamente. En esta cuestión mi afecto hacia ella es directamente proporcional a lo en desacuerdo que estoy con ella.
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En junio de 2016, el periodista Alfonso Rojo López fue condenado con una multa de 20.000€ por haber insultado al por entonces candidato a eurodiputado Pablo Manuel Iglesias Turrión en un par de debates televisivos y desde su cuenta de Twitter. La Audiencia Provincial de Madrid entendió que Rojo había cometido una intromisión ilegítima en el honor de Iglesias al utilizar expresiones vejatorias sin pruebas, de modo que sobrepasó el derecho a la libertad de expresión en el que se amparaba: "no existe el derecho al insulto", exponía la resolución.




La sentencia era clara y considero que justa. No puede prevalecer la libertad de expresión cuando se trata de expresiones claramente ofensivas, insultos y vejaciones. Otras sentencias similares han aparecido con conclusiones coincidentes. Entonces ¿qué pasa ahora? ¿Existe acaso una diferente vara de medir? ¿Lo de “chorizo, mangante y gilipollas” es peor que acusar a unas personas no están encausadas de mafia que dirige una trama corrupta para mantenerse en el poder? Pues casi me parecen más inofensivos e ingenuos los primeros adjetivos. Otra cuestión es que la denuncia sea una potestad de parte en la que yo no voy a intervenir. No conozco a los afectados, y de hecho algunas de esas personas no me caen especialmente bien, pero si cada uno de ellos quisieran denunciar esto no le podemos negar el derecho que como a todo ciudadano les asiste. Porque hasta a los ya condenados se les está atribuyendo un nuevo delito, y se les está sometiendo a un escarnio público que el algo que como pena no está contemplado en nuestro ordenamiento jurídico. Aunque en Irán, país con el que Podemos o alguno de sus miembros parece que sí han tenido algún trato comercial, sí existen los latigazos en público e incluso la lapidación. Quizás sea esto un camino de inicio. Esperemos que no.
Por otro lado es curiosa, por llamarla de alguna manera, la figura jurídica que Iglesias inventa para justificar la aparición de personas sin proceso legal abierto con otras investigadas o condenadas, y es la de “corrupción legal”. ¿Y eso qué es? Vamos a ver si podemos entenderlo con el caso de Monedero, más complejo que el suyo con aquella factura de las Granadinas que encontró Okdiario.
Juan Carlos Monedero parece ser que facturó unos trabajos por consultoría política que no declaró en su momento. ¿Por qué ese olvido? ¿Por qué ese retraso[3]? Además dicen que utilizó una sociedad pantalla para eludir la tributación. Y sacó esos fondos de una manera que no es como está establecida. Descapitalizó la sociedad sin tributar por ello. No sé yo casi nada de fiscalidad, pero ¿no habrán sido todos estos movimientos de Monedero algo parecido a un “fraude legal”? Sólo pregunto. En esta web, que creo que saben mucho más que yo, van un poco más lejos. Y si es así parece que en Podemos dan lecciones sin aplicárselas.

¿Por qué se retrasó tanto en presentar su declaración y después en mostrar la factura? ¿Y por qué no coincidían las cantidades?


Para mí es difícil encontrar la parte realmente racional del pensamiento podemita. Pueden decir que se trata de un problema mío, pero en general sus propuestas me parecen más apuestas emocionales que racionales. Y lo peor es que allí donde se han puesto en práctica nunca han funcionado. ¿Creen de verdad que esta vez va a ser la buena? Sólo le puedo dar explicación si lo veo como un hecho estrictamente religioso. El marxismo como religión humana. Aunque no voy a reducir a este dominante pensamiento sentimental a una única raíz exclusivamente marxista. Ni siquiera que sea algo heredado de la izquierda que nace con la Revolución Francesa. Creo que viene de mucho más atrás y que está mucho más extendido. Pero no por común es menos peligroso. Y les lleva a mostrar su irracionalidad de forma habitual en sus exabruptos espontáneos. Viven enfadados con el mundo que no se ha postrado ante su revelación. Y en sus invectivas es raro que no traten de rebatir al infiel añadiendo algún adjetivo despectivo innecesario en sus conocidas soluciones simples ante problemas complejos. Twitter es un medio perfecto para ellos. Ciento cuarenta caracteres son suficientes para desarrollar sus argumentos. ¡Y aún les sobra espacio!


Al comenzar esta serie advertía dos principios que sería prudente que acompañasen a la libertad de expresión en nuestras democracias liberales, a los que ahora añado un tercero:
1.      En democracia no deberíamos concebir la vida cívica como un campo de batalla.
2.      La libertad de expresión es un derecho. Anular las divergencias NO lo es.
3.      En democracia NO existe el derecho al insulto.
***
Es simpático ver como cuando aparecen encuestas electorales en las que se sigue confirmando la mayoría proporcional de “los viejos partidos” la izquierda maquis se escandaliza. “¿Pero ¿cómo es posible que exista aún tanta gente que sigue queriendo votar a esos y no se deciden por su redentora apuesta?” Y entonces siempre me acuerdo de un viejo chiste:
Un tipo notablemente ebrio se acerca a una señora muy poco agraciada: “Pero hay que ver qué fea eres”, le dice con su voz espesa, torpe y aguardentosa. La señora, sorprendida por la impertinencia, le increpa muy indignada: “¡Y tú eres un borracho asqueroso!” Y el dipsómano le replica: “Sí, eso es verdad, pero a mí esto se me quita mañana”.
Los viejos partidos, el PP al frente con toda su corrupción, son el borracho asqueroso, sin duda. Pero aquí la cuestión es que a Podemos su fealdad ideológica no se le quitará después de ninguna resaca. Y eso para ellos, y para nosotros, es un problema que no puede arreglar ni el mejor cirujano.



[1] “I’ve often said there are three questions that would destroy most of the arguments on the left. The first is: ‘Compared to what?’ The second is: ‘At what cost?’ And the third is: ‘What hard evidence do you have?’ Now there are very few ideas on the left that can pass all of those…” https://youtu.be/5KHdhrNhh88?t=3m46s
[2] Creo que todas mis amigas lo son. Casualmente con las tres de ellas que no lo eran ya no me hablo.
[3] Retraso que también sufriría la presentación de la factura que finalmente ni siquiera correspondería exactamente a la cantidad declarada. http://www.abc.es/espana/20150220/abci-monedero-explicaciones-201502201128.html

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