sábado, 22 de julio de 2017

Transexualidad e identidad de género en tiempos de la revolución sexual de la Pax americana: novedades, aciertos y algunos errores catastróficos. Trans, II.

Antes de la revolución.
Los años de recuperación tras la Segunda Guerra Mundial fueron de alivio y liberación, comenzaba la Pax americana. Muchos intelectuales que habían emigrado a Estados Unidos regresarían gradualmente a Europa. Pero algunos, como los de la Escuela de Frankfurt, dejarían fecundado el huevo de la serpiente. Uno de sus miembros más relevante, Herbert Marcuse, se quedaría generando una gran influencia en el ámbito universitario y sus extensiones.
En democracias liberales si prospera una moda social es porque existe una demanda del mercado previa para que esa tendencia eclosione. Es decir, que sus promotores encuentren el caldo de cultivo necesario en el lugar adecuado y en el momento justo. Esto es lo que sucedió en Estados Unidos con el movimiento de liberación sexual.
Tras una primera parte del siglo XX con terribles guerras globales, llegó la calma a mitad de la centuria con un periodo de tensión política (e incluso sexual) no resuelta. En este caso me centraré más en el segundo tipo de tensión, naturalmente.
Varios fueron los libros que impactaron por diferentes causas en la sociedad norteamericana de la posguerra: El segundo sexo de Simone de Beauvoir que se publicaría en 1953; Eros y Civilización de Herbert Marcuse, en 1955; El arte de amar de Erich Fromm, en 1957; La vida contra la muerte: el significado psicoanalítico de la historia de Norman O. Brown, en 1959.
En una sociedad con una economía tan dinámica la lucha de clases no iba a prosperar, pero en un grupo humano tan puritano como el norteamericano lo del sexo era algo distinto. Allí no había un paraíso socialista que ofrecer, pero un paraíso sexual sí podía ser apetecible. Y no tardaría en llegar.

Un género con toda clase de dudas.
Como ya indicaba en la primera parte de esta serie, para poder estudiar algo primero tenemos que darle un nombre.
La palabra género fuera de su uso gramatical aparece por vez primera en un artículo[1] de 1955 del polémico psicólogo John Money sobre lo que hoy conocemos como intersexo, y antes hermafroditismo.

«La expresión rol de género se usa para significar todas aquellas cosas que una persona dice o hace para revelar que él o ella tiene el estatus de niño u hombre, o niña o mujer, respectivamente. Ésta incluye, pero no está restringida, a la sexualidad en el sentido de erotismo.»[2]
De forma más específica, acercándonos por fin a lo que hoy entendemos como transgénero, el psiquiatra Robert Stoller en 1963, en el 23º Congreso Psicoanalítico Internacional de Estocolmo, declara que hacía la distinción entre sexo y género para poder diagnosticar aquellas personas que, aunque poseían un cuerpo de hombre, se sentían mujeres. Y cinco años después, en 1968, Stoller publica Sex and Gender: On the Development of Masculinity and Femininity[3], en este trabajo detalla la distinción entre el sexo fisiológico del género con el que la persona se identifica. Este punto, como verás, se convertirá en esencial en todo este asunto:
”Género es un término que tiene connotaciones psicológicas y culturales más que biológicas; si los términos adecuados para el sexo son varón y hembra, los correspondientes al género son masculino y femenino y estos últimos pueden ser bastante independientes del sexo biológico.”[4]
Curiosamente Stoller no era partidario de la reasignación quirúrgica del sexo como solución universal, consideraba que había que estudiar individualmente cada caso.
Posteriormente el feminismo y la teoría queer se apropiaría de esta distinción para sus propios intereses.

El síndrome de Harry Benjamin
El primer estudio monográfico específico sobre la transexualidad lo escribe en 1966 el endocrinólogo alemán nacionalizado estadounidense Harry Benjamin: The Transsexual Phenomenon[5], un libro que contribuye a la popularización y asentamiento del término. El interés de Benjamin por estos casos nacería por su encuentro en 1948 con Alfred Kinsey, un biólogo (el primero de renombre en esta historia, que curiosamente era entomólogo de formación) que le pediría consejo en relación a un joven que quería transformarse en mujer. Kinsey por entonces preparaba su celebérrimo Comportamiento sexual del hombre[6]. Benjamin sugirió tratar al paciente con estrógenos. El chico posteriormente se trasladaría a Alemania para una operación de sexo. Este contacto casual llevaría a Benjamin a convertirse en una de las máximas autoridades en la transexualidad.
Harry Benjamin puso nombre a un síndrome que creía que se producía por causas físicas, consideraba que esta disforia se producía por un desarrollo cerebral femenino en un cuerpo masculino. Teoría que situaba a la transexualidad en una refinada variedad de intersexo, en la que la divergencia no se encontraba en tanto en la genitalidad como en el cerebro. Hecho que, al menos en este caso, contradecía la construcción externa de la feminidad que propugnaba Simone de Beauvoir. Si hay un “cerebro femenino” no podemos decir que la feminidad se construye, salvo que sea en los aspectos más sociales, culturales y folclóricos de lo femenino.
Lo cierto es que aunque el síndrome se acepta, se le llamará disforia de género, seguimos sin tener evidencias científicas de esa modificación cerebral. Aún hay que confiar en el sentimiento de la persona.
Como curiosidad en ese mismo año se publica en Estados Unidos The Social Construction of Reality[7], el libro germinal del construccionismo social.
Pero lamentablemente en 1966 pasaron más cosas.
***
Que la realidad no te estropee una buena teoría: El caso Money-Reimer-Diamond.
John Money era un psicólogo neozelandés que en 1947 emigra a Estados Unidos para ampliar sus estudios y se especializa en sexología, teniendo una gran influencia del ya citado Harry Benjamin. Finalmente será profesor en la Universidad de Johns Hopkins en la que tendría como alumno a Louis Gooren, del que ya hablaremos un poco más adelante.
Money, junto al más prudente Robert Stoller, será uno de los creadores del concepto “identidad de género”, que será uno de los pilares en los que se asienten los estudios de género de los que ya Simone de Beauvoir había puesto la piedra angular. Lo malo es que el ambicioso John Money quiso ir mucho más allá. La realidad no le podía anular una supuesta buena teoría.
En 1966, tras una fatal operación de fimosis, el bebé Bruce Reimer pierde el pene. Por casualidad sus padres ven a Money en televisión, que por entonces sostenía la tesis de la orientación sexual como una construcción educativa sociocultural frente al determinismo biológico. Los padres de Bruce creyeron que aquello podía ser una solución para su drama familiar, así que se pusieron en contacto con aquel psicólogo y confiaron en él. Para Money aquel caso era providencial, ya que Bruce era hermano gemelo, y con este experimento podría demostrar su tesis. El niño pasaría a ser Brenda y tratado como niña a partir de entonces. Money escribiría un libro relatando la historia como la demostración definitiva de su teoría. Pero la realidad era muy distinta. Tras años de sufrimiento el chico nunca se sintió mujer. En plena adolescencia sus padres le dirían la verdad y él pediría volver a su sexo biológico. Finalmente, reconvertido ahora en David, y animado por el biofísico Milton Diamond (uno de los pocos científicos con valor suficiente para enfrentarse al todopoderoso Money) y un indeciso Keith Sigmundson (el nuevo psiquiatra de los gemelos) el chico se atreve a contarlo todo al periodista John Colapinto que publica la historia en The Rolling Stones, en 1997, y posteriormente en un libro[8]. Brian, el hermano en la sombra con graves problemas psicológicos, cae en la drogadicción y se suicida en 2002. Bruce/Brenda/David lo hará en 2004. Iba a cumplir 39 años.[9]

John Money y Bruce/Brenda/David Reimer.


Estudios de género: ¿una verdad revelada?
Se puede pensar que es injusto atacar a toda esa amalgama de corriente de pensamiento que se encuadran hoy en día dentro de los estudios de género a través del desastroso experimento John/Joan de John Money. Pero lo cierto es que sin una evidencia científica que los respalde los estudios de género son sólo una creencia, o como también se les llama, una ideología. Y por lo sucedido no creo que se trate de una ideología precisamente esperanzadora.
Con aquel terrible experimento debería haber quedado ya claro que debe de haber algo más que una construcción social en el desarrollo de lo que han querido denominar “género”, aunque hasta entonces, y te adelanto que hasta ahora, no se hubiese encontrado nada. De hecho ahora sabemos que existe una fuerte vinculación entre los genitales y el cerebro, no son dos órganos independientes, pero de eso hablaré cuando toque.
El biofísico Milton Diamond, responsable de destapar el affaire, cuando todo terminó declaró: “Si todos estos esfuerzos médicos, quirúrgicos y sociales combinados no tuvieron éxito en hacer que este niño aceptara una identidad de género femenina entonces, tal vez, tengamos que pensar que hay algo importante en la constitución biológica del individuo.”[10]

John Money, juicio ad hominen.
No voy a negar las aportaciones de John Money a la sexología, pero tampoco puedo ignorar el sufrimiento que generó su egolatría. En cualquier otro caso hubiera escrito simplemente que fue el primer psicólogo de reconocido prestigio que se posicionó a favor de que la identidad de género era algo adquirido a través de construcciones socioculturales, más que un hecho biológico innato, como proponía su colega Benjamin. Y es cierto que trató de probarlo con un estudio científico, uno de los primeros con vocación científica. Pero lo cierto es que fue un fracaso. Un fracaso que ocultó mientras pudo y que nunca reconoció abiertamente. Si el vínculo entre ciencia y ética es inevitable, en este caso creo que hay pocas dudas que se traspasó holgadamente.
Todos somos frutos, y a veces víctimas, de nuestras biografías, y Money no lo era menos. Educado en un puritanismo represor le llevó a hacer oscilar el péndulo de lo razonable mucho más allá de sus límites. No voy a reprocharle que explorara la sexualidad en todos sus límites, pero sí que inocentes pagaran con ello.
Personas que lo conocieron, como el sexólogo Richard Green lo describen como alguien de dudosa moral, soberbio, prepotente, egoísta. Quizás lo mejor que se puede hablar de él es que demostró con la vida de otros que estaba equivocado.
Una de sus pensamientos que lo retratan como lo que era está relacionado con la pedofilia, que por cierto Richard Green también mira con benevolencia:
“Si yo fuera a ver el caso de un niño de diez u once años que está intensamente y eróticamente atraído hacia un adulto de unos veinte o treinta años, si la relación es totalmente recíproca, así como la unión es verdadera y totalmente mutua… Entonces yo no lo consideraría patológico de ninguna manera.”[11]

Una década revolucionaria.
La de los sesenta fue una década revolucionaria. También es cierto que si bien en Europa y sus áreas de influencia (antiguas colonias o territorios en proceso de descolonización) se centró en cuestiones estrictamente políticas más tradicionales, en Estados Unidos se abrieron a nuevas áreas de protesta.
Un problema local, la segregación de los ciudadanos de origen africano, tiene su mayor periodo de protestas en la búsqueda de obtener la igualdad de derechos civiles.
La Segunda Ola Feminista se asienta y se convierte en un auténtico lobby de poder.
Son años de liberación sexual y experimentación con todo tipo de drogas.
El 28 de junio de 1969, casi terminando la década, se producen los disturbios de Stonewall, en Greenwich Village, Nueva York. Y con ellos el activismo LGTB empieza a coger vuelo y a arrastrar a todas sus confluencias. Como curiosidad hay que tener en cuenta que en este caso los travestis, transexuales y transgénero tuvieron una importancia vital, ya que el local en el que empezó todo estaba especializado en estas variantes del entorno LGTB.
Su fuerza como lobby se demuestra en el hecho que tan sólo unos cuatro años y medio después de que se produjeran estos disturbios consiguieron, tras numerosas presiones, que la Asociación Americana de Psiquiatría en su reunión del 15 de diciembre de 1973 retirara la homosexualidad del Manual de Diagnóstico y Estadística de los trastornos mentales (DSM). Fue una victoria reñida, votó un 58% a favor. Y se rebautizó como orientación sexual alterada, para calificar a las personas que no estaban a gusto con tener estos deseos. Pero no dejó de ser un triunfo para su causa que se iría ampliando en años sucesivos.
Son cambios sociales y políticos, pero con respecto a la ciencia seguimos en las mismas. ¿Qué evidencias tenemos sobre las niñas con pene y los niños con vulva que decía el periodista Iñaki López? Hasta principio de los años setenta vemos que aún ninguna. Pero sigamos viendo qué pasó en las siguientes décadas.




[1] Money, John (1955). «Hermaphroditism, gender and precocity in hyperadrenocorticism: Psychologic findings». Bulletin of the Johns Hopkins Hospital. 96: 253-264.
[2] Money, John (1955). «Hermaphroditism, gender and precocity in hyperadrenocorticism: Psychologic ndings». Bulletin of the Johns Hopkins Hospital (en inglés) 96: 253-264. PMID 14378807.
[3] Stoller, Robert; Sex and Gender: On the Development of Masculinity and Femininity, Science House, New York City (1968).
[4] Ibíd. P.187.
[5] Harry Benjamin (1966). The Transsexual Phenomenon. The Julian Press, INC. Publishers.
[6] A.C. Kinsey, W.B. Pomeroy, C.E. Martin (1948). Sexual Behavior in the Human Male. Philadelphia, PA: W.B. Saunders.
[7] Berger; Luckmann, Perter L.; Thomas (1968). La construcción social de la realidad. Buenos Aires: Amorrortu.
[8] Colapinto, John (2000). As Nature Made Him: The Boy Who Was Raised As a Girl.
[9] El padre terminaría alcoholizado y, según alguna fuente, también suicida, y la madre con depresiones crónicas e impulsos suicidas.
[10] Colapinto, John (2000). As Nature Made Him: The Boy Who Was Raised As a Girl. P. 174-175.
[11] “If I were to see the case of a boy aged ten or eleven who’s intensely erotically attracted toward a man in his twenties or thirties, if the relationship is totally mutual, and the bonding is genuinely totally mutual…then I would not call it pathological in any way.”  Entrevista John Money. PAIDIKA: The Journal of Paedophilia, Spring 1991, vol. 2, no. 3, p. 5.

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