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“…si alguien, por ejemplo, dice que es un buen
flautista o que sobresale en cualquier otro arte, sin ser verdad, entonces o
se burlan o se indignan con él, y sus parientes, yendo por él, le recriminan
como si se hubiera vuelto loco.” Platón, Protágoras, traducción de J. Velarde
(Oviedo 1980).
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Cumplida ya la primera cuarta
parte de mi año sabático empecé a pensar que me vendría bien algún viaje corto
fuera de Madrid. La casualidad quiso, bendita sincronía, que descubriese que se
iba a celebrar en Salamanca, ciudad que me entusiasma, el XXII Encuentro
Eleusino. Estos encuentros son una iniciativa del singular escritor Fernando
Sánchez Dragó que, aunque con un componente predominante espiritual, en un par
de ocasiones se ha acercado a cuestiones más mundanas. Además, daba la
casualidad de que en mi cábala particular el veintidós es mi número mágico, y
no sólo ese era el número del encuentro, sino que también el último día de celebración
también era el veintidós. Así que tenía que ir. Pero es que, por si todo esto fuera
poco, aquello tenía para mí más puntos de interés.
Quería escuchar a Sánchez Dragó
en “petit comité” sobre este asunto que le es tan cercano, la incorrección
política, me despertaba curiosidad. Y, casualmente, con Dragó en persona coincidiría
por primera vez en la Cineteca del centro cultural Matadero de Madrid, un mes
después de enterarme de que iba a hablar de esto y un mes antes de la
celebración de los encuentros. Y también aquel encuentro me daba la posibilidad
de escuchar una conferencia en directo de Gustavo Bueno Sánchez, hijo y
discípulo del filósofo Gustavo Bueno Martínez, célebre autor del sistema del
materialismo filosófico. Y aunque su discurso me interesaba y su solidez
intelectual queda fuera de toda duda, no considero que sea uno de los
discípulos de Bueno que puedan caracterizarse por meterse en refriegas
polémicas que puedan entrar dentro de lo políticamente incorrecto, o al menos
sus formas están lejos de la estridencia y de lo atrabiliario. Cuestión que
quizás puedan estar más cerca de otros discípulos como Íñigo de Ongay y el
animalismo, Pedro Insua y el nacionalismo o Jesús G. Maestro y todo lo que se
le cruce por delante que no le guste (con todos mis respetos, no quisiera ser
yo víctima de su apisonadora intelectual). Por otro lado también es cierto que contaba
con la presencia disuasoria para mí de Juan Carlos Monedero, no en vano yo ya
hice hace años una pública profesión de fe en la que renunciaba explícitamente
a Satanás, a sus pompas y manifestaciones, con lo que tendría que ausentarme
durante esa intervención acudiendo a un centro de arte contemporáneo al que
nunca había ido, y que al final me quedé sin poder ir. Pero voy al grano.
Ya en Salamanca, en la
presentación Dragó planteó algunas cuestiones políticamente incorrectas y con
las que estoy totalmente de acuerdo; incluso alguna que yo desconocía que
compartía con su pensamiento, como la cuestión del sufragio universal. Y
planteaba otra que, aunque en ella también coincidimos, yo la expreso con un
matiz que nos diferencia y que está directamente relacionada con la cuestión
del arte, que es la de las señales que indican que nos encontramos ante un
probable fin del mundo, en su opinión, o en mi planteamiento, fin de Occidente.
Había otra conferencia que se
había programado el último día por la mañana que no parecía que fuera a causar
una gran controversia. De hecho, según me contó el coordinador de los encuentros,
esperaban que fuese algo más tranquila, para iniciar el domingo tras las
charlas más potencialmente conflictivas del sábado. Aunque si leíamos con
atención el título ya podíamos ver que la cosa partía con una cierta
provocación: «¿Tolerar o impedir el arte-basura contemporáneo?». Y ahí ya nos
encontrábamos con que ante la existencia de un tipo de arte considerado basura,
ya empezábamos haciendo amigos, sólo se planteaban dos posibilidades: o
tolerarlo, con el matiz de displicencia que el término lleva consigo, o
directamente prohibirlo, ejerciendo sin ninguna clase de pudor de una censura
en la expresión de la creatividad humana. En ningún caso se sugería una convivencia
gozosa o directamente de una posibilidad de disfrute intelectual con esta forma
de expresión artística. Al menos, a pesar de lo despectivo de la expresión, se
le consideraba arte, basura, pero al menos arte. Algo es algo.
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“Reflexiones en torno al arte, su territorio, sus límites; el objeto y el objetivo artístico; la manualidad artesanal, su elaboración mecánica o conceptual; lo fraudulento, lo legítimo; buenas y malas acciones; la perversión del arte; necesidades e implicaciones de su función mercantil; el orden y el caos en el hecho artístico; la objetividad y la subjetividad en su apreciación y análisis… Entre otras consideraciones.” Ensamblaje con caja de madera, cristal, gafas y papel.
¿Y a qué se refería el ponente con eso de “arte-basura”?
El señor Portella, con un ímpetu
testosterónico más propio de un joven airado, leyó su conferencia en la que ponía
esta etiqueta a lo que llamó de forma genérica “arte contemporáneo”. Llegados a
este punto recordé una cita de Salvador Dalí, al que Dragó salvó de la quema,
recordando con acierto también su brillante faceta como escritor con la que
comparto su aprecio. Dalí sobre “arte moderno” comentó: «No te empeñes en ser
moderno. Por desgracia, hagas lo que hagas, es la única cosa que no podrás
evitar ser». Cita que traigo a colación porque la contemporaneidad en principio
no lleva aparejada ninguna característica definitoria, sino más bien al
contrario. Y partiendo de este punto tan artista contemporáneo es Antonio
López, cuya obra es habitual de la feria de arte ARCO, como cualquier autor
coetáneo que use nuevos lenguajes alejados de cualquier formalismo clásico. La
conferencia de Portella limitaba la definición del arte dentro de los cánones
de lo clásico, la sublimidad de lo bello, el misterio de lo sagrado y esas
cosas que pretendían convertir a los artistas en seres tocados por el dedo de
Dios, algo así como chamanes que nos conectaban con lo inefable. No mantengo
que esa visión del fenómeno sea falsa ni alejada de la realidad, sino que, si
me permites una boutade posmoderna, citando al periodista José Manuel Parada (el
del pianista), también podríamos tener en cuenta que «no hay placeres
excluyentes», o al menos en esto no tendría haberlos.
***
Y ahora una pequeña aparente
digresión que ayudará a explicar mi postura.
Una civilización es un ente vivo.
Nace, se reproduce a través de sus influencias, naciones e imperios y
finalmente muere. Occidente parte de la Grecia clásica, sin duda, se consolida
y extiende con Roma, y finalmente se cohesiona y desarrolla con el
cristianismo. Occidente ha tenido sus enemigos, sin duda, como los tuvo Roma
antes de su caída. En este caso yo suelo resumirlos en tres grandes íes: el islam,
la izquierda indefinida (que decía Gustavo Bueno) y los idiotas.
La izquierda indefinida, también llamada marxismo cultural en el mundo
anglosajón, aparte de su influencia directa de la escuela de Frankfurt, es
posible que realmente tenga otro proto-antecedente que casualmente también
empieza por i: la Ilustración. A partir de la Ilustración Dios y cualquier viso
de espiritualidad, parte esencial de uno de los pilares de Occidente a través
del cristianismo, empieza a morir lentamente. Casualmente, poco después, a lo
largo del siglo XIX empiezan a surgir sistemas de reproducción mecánica de la
realidad. También casualmente cuando casi se cumplía un siglo de la difusión
del primer daguerrotipo (en el mismo lugar donde se centró la Ilustración y la
posterior Revolución del cambio) un miembro de la Escuela de Frankfurt, Walter
Benjamin, publica La obra de arte en la época de su reproductibilidad técnica.
Tras las últimas exploraciones
cromáticas del impresionismo y del postimpresionismo las artes visuales habían
llegado a un callejón sin salida, la pintura hasta entonces corría de un serio
peligro de estancamiento. El arte en sus temas ya había iniciado un proceso de
desacralización que era propio del espíritu de los tiempos. Sin embargo,
conservaba la esencia de lo bello heredada del paganismo grecolatino que
adoraba la belleza del ser humano como summun de lo divino. Y como diría el
nobel Dylan, desde la Ilustración los tiempos estaban cambiando.
Así tenemos un cambio de siglo en
el que para muchos Dios y todo lo sagrado ya está muerto, con lo cual la
belleza puede cuestionarse, y las formas y los fondos han sido explotado hasta
la saciedad. Para salir del nihilismo era un momento de buscar nuevos caminos o
unirse directamente a él. Así pongo tres momentos como paradigmáticos:
1907: Picasso tras ver la fuerza
de lo primitivo en África pinta Las señoritas de Avignon, que es una propuesta
de deconstruir la forma rompiendo los cánones occidentales clásicos creando
nuevos paradigmas, esto generará el cubismo y posteriormente otras líneas de
trabajo de reinterpretación del arte representativo.
1910: Kandinsky, desde un
ambiente prerrevolucionario, toma el camino de la deconstrucción a través del
color, creando múltiples líneas de trabajo que juegan con las formas.
1917: En plena Gran Guerra,
Duchamp con influencia del nihilismo dadaísta, presenta La Fuente, obra
fundacional de la deconstrucción del discurso de lo sagrado.
En una década las motivaciones
del arte dejan de ser exclusivamente lo que eran, sin que esto signifique negar
el peso de la historia. Repito lo de Parada: No hay placeres excluyentes. Pero
un mundo nuevo, con diferentes creencias y costumbres, implica un paradigma
distinto a la hora de expresarlo y esto se traslada necesariamente a sus formas
de expresión artísticas. El artista puede expresar o no lo intangible, pero en
cualquier caso lo hace siempre desde un espacio y un tiempo concreto. Y el
artista no puede ni debe permanecer aislado a los tiempos, y los tiempos han
cambiado por completo, nos guste o no.
***
Pero vuelvo a la conferencia,
porque el enfrentamiento colérico hacia las nuevas formas de plantear el arte por
parte de Portella me trajo varias sorpresas. La que más me impresionó sin duda,
fue la inclusión de una artista afrocubana, Harmonia Rosales, que no considero
que se escape en exceso de planteamientos clásicos, más bien al contrario, se
sirve de ellos para hacer una relectura desde su particular condición humana:
negra descendiente de africanos llevados a la fuerza a ejercer la esclavitud a
una isla caribeña. Pero formalmente no rompe en exceso con el canon clásico.
Las variaciones de temas ha sido una constante en el arte. No quiero creer que
el Sr. Portella tenga algún problema porque esta autora sea mujer, negra y
cubana.
Por su parte Dragó hizo alusión a
un artista contemporáneo muy polémico: Damien Hirst. Pero en este caso no voy
yo quien lo defienda personalmente, aunque sí defiendo su derecho a hacer lo
que hace y, especialmente, a ganar el dinero que gana con ello. Es una simple
defensa de la libertad de oferta y demanda. Porque ese es otro asunto:
confundir lo que es arte con su vinculación al mercado.
En una charla informal posterior,
una de las personas habituales de los encuentros con la que comenté mi punto de
vista comentó que esto le resultaba algo parecido a lo de la polémica de llamar
matrimonio a las uniones civiles entre personas del mismo sexo, defendiendo que
si el fenómeno era distinto su denominación también debería cambiar. En este
caso pienso que el fenómeno no sólo no es distinto, sino que voy más allá, ya
que pienso que la visión clásica del arte no constituye una realidad monolítica
y excluyente, sino que realmente se trata sólo de un epifenómeno espacio
temporal (Occidente) dentro de algo mucho más grande que acoge a todos los
tiempos y a toda la Humanidad.
Llegados a este punto sería
interesante buscar definiciones de la palabra arte. O al menos tratar de
determinar de qué hablamos cuando hablamos de arte.
¿De qué hablamos cuando hablamos de arte?
Sin ocultar la polisemia del original
griego de la palabra arte (τέχνη),
no podemos negar que ya entonces el término aludía a todas aquellas actividades
de la creatividad humana que se generaban a través de su inteligencia. Y
también podemos observar que el arte, con todas sus evoluciones, ha mantenido en
mayor o menor grado tres aspectos con cierta constancia: el arte como una
manera de tratar entender o explicar el mundo, el arte como camino para
expresar y compartir emociones, y por último, el arte como vía de felicidad o
al menos como bálsamo para la infelicidad.
Si acudimos al diccionario de la RAE
tenemos que en su segunda acepción indica:
2. m. o f. Manifestación de la
actividad humana mediante la cual se interpreta lo real o se plasma lo
imaginado con recursos plásticos, lingüísticos o sonoros.
Por otro lado, yo como “artista-basura”,
según el punto de vista de Portella, defino arte como cualquier acción consciente y voluntaria que pretenda generar una
emoción en el espectador. Con lo cual tanto esta definición como la del
diccionario se mantienen abiertas a fenómenos más amplios de los que lo que
aparecen en el discurso del ponente, sin desdecirlo. E incluso se abre a otras
manifestaciones fuera del ámbito espacio temporal que representa Occidente, que
aunque sus creadores no denominasen con un término equivalente, sus intenciones
y resultados son coincidentes. Por lo que tanto a los bisontes de Altamira,
como a las obras visuales, narrativas o sonoras de África (por usar un ejemplo
al que hizo referencia Dragó) sí podríamos considerarlas formas de expresión
artística. Como una rosa es una rosa para nosotros sin que haya necesidad de
que la flor sea consciente de que lo es.
En cualquier caso, entrar en
detalle en los matices de lo que es arte o no lo es llevaría mucho tiempo,
porque hay muchísimos puntos de vista posibles, y como además hemos visto que
genera tanta pasión, creo que sería bueno que se plantease un Encuentro
Eleusino sobre este asunto. Y espero poder estar allí para hablar de ello.