Antes de la revolución.
Los años de recuperación tras la Segunda Guerra Mundial
fueron de alivio y liberación, comenzaba la Pax
americana. Muchos intelectuales que habían emigrado a Estados Unidos
regresarían gradualmente a Europa. Pero algunos, como los de la Escuela de
Frankfurt, dejarían fecundado el huevo de la serpiente. Uno de sus miembros más
relevante, Herbert Marcuse, se quedaría generando una gran influencia en el
ámbito universitario y sus extensiones.
En democracias liberales si prospera una moda social es porque
existe una demanda del mercado previa para que esa tendencia eclosione. Es
decir, que sus promotores encuentren el caldo de cultivo necesario en el lugar
adecuado y en el momento justo. Esto es lo que sucedió en Estados Unidos con el
movimiento
de liberación sexual.
Tras una primera parte del siglo XX con terribles guerras
globales, llegó la calma a mitad de la centuria con un periodo de tensión
política (e incluso sexual) no resuelta. En este caso me centraré más en el
segundo tipo de tensión, naturalmente.
Varios fueron los libros que impactaron por diferentes causas
en la sociedad norteamericana de la posguerra: El segundo sexo de Simone de
Beauvoir que se publicaría en 1953; Eros y Civilización de Herbert Marcuse, en
1955; El arte de amar de Erich Fromm, en 1957; La vida contra la muerte: el
significado psicoanalítico de la historia de Norman O. Brown, en 1959.
En una sociedad con una economía tan dinámica la lucha de
clases no iba a prosperar, pero en un grupo humano tan puritano como el
norteamericano lo del sexo era algo distinto. Allí no había un paraíso
socialista que ofrecer, pero un paraíso sexual sí podía ser apetecible. Y no
tardaría en llegar.
Un género con toda
clase de dudas.
Como ya indicaba en la primera parte de esta serie, para
poder estudiar algo primero tenemos que darle un nombre.
La palabra género fuera de su uso gramatical aparece por vez
primera en un artículo[1]
de 1955 del polémico psicólogo John Money sobre lo que hoy conocemos como
intersexo, y antes hermafroditismo.
«La expresión rol de género se usa para significar todas
aquellas cosas que una persona dice o hace para revelar que él o ella tiene el
estatus de niño u hombre, o niña o mujer, respectivamente. Ésta incluye, pero
no está restringida, a la sexualidad en el sentido de erotismo.»[2]
De forma más específica, acercándonos por fin a lo que hoy
entendemos como transgénero, el psiquiatra Robert
Stoller en 1963, en el 23º Congreso
Psicoanalítico Internacional de Estocolmo, declara que hacía la distinción entre sexo y género para poder
diagnosticar aquellas personas que, aunque poseían un cuerpo de hombre, se
sentían mujeres. Y cinco años después, en 1968, Stoller publica Sex and Gender: On the Development of
Masculinity and Femininity[3],
en este trabajo detalla la distinción entre el sexo fisiológico del género con
el que la persona se identifica. Este punto, como verás, se convertirá en
esencial en todo este asunto:
”Género es un término que tiene connotaciones psicológicas y
culturales más que biológicas; si los términos adecuados para el sexo son varón
y hembra, los correspondientes al género son masculino y femenino y estos
últimos pueden ser bastante independientes del sexo biológico.”[4]
Curiosamente Stoller no era partidario de la reasignación
quirúrgica del sexo como solución universal, consideraba que había que estudiar
individualmente cada caso.
Posteriormente el feminismo y la teoría queer se apropiaría
de esta distinción para sus propios intereses.
El síndrome de Harry
Benjamin
El primer estudio monográfico específico sobre la
transexualidad lo escribe en 1966 el endocrinólogo alemán nacionalizado
estadounidense Harry Benjamin: The Transsexual Phenomenon[5],
un libro que contribuye a la
popularización y asentamiento del término. El interés de Benjamin por estos
casos nacería por su encuentro en 1948 con Alfred Kinsey, un biólogo (el primero de renombre en esta
historia, que curiosamente era entomólogo de formación) que le pediría consejo
en relación a un joven que quería transformarse en mujer. Kinsey por entonces
preparaba su celebérrimo Comportamiento sexual del hombre[6].
Benjamin sugirió tratar al paciente con estrógenos. El chico posteriormente se
trasladaría a Alemania para una operación de sexo. Este contacto casual llevaría
a Benjamin a convertirse en una de las máximas autoridades en la transexualidad.
Harry Benjamin puso nombre a un síndrome que creía que se
producía por causas físicas, consideraba que esta disforia se producía por un
desarrollo cerebral femenino en un cuerpo masculino. Teoría que situaba a la
transexualidad en una refinada variedad de intersexo, en la que la divergencia
no se encontraba en tanto en la genitalidad como en el cerebro. Hecho que, al menos
en este caso, contradecía la construcción externa de la feminidad que
propugnaba Simone de Beauvoir. Si hay un “cerebro femenino” no podemos decir
que la feminidad se construye, salvo que sea en los aspectos más sociales,
culturales y folclóricos de lo femenino.
Lo cierto es que aunque el síndrome se acepta, se le llamará
disforia de género, seguimos sin tener evidencias científicas de esa
modificación cerebral. Aún hay que confiar en el sentimiento de la
persona.
Como curiosidad en ese mismo año se publica en Estados Unidos
The
Social Construction of Reality[7],
el libro germinal del construccionismo social.
Pero lamentablemente en 1966 pasaron más cosas.
***
Que la realidad no te
estropee una buena teoría: El caso Money-Reimer-Diamond.
John Money era un psicólogo neozelandés que en 1947 emigra a
Estados Unidos para ampliar sus estudios y se especializa en sexología,
teniendo una gran influencia del ya citado Harry Benjamin. Finalmente será
profesor en la Universidad de Johns Hopkins en la que tendría como alumno a Louis
Gooren, del que ya hablaremos un poco más adelante.
Money, junto al más prudente Robert Stoller, será uno de los
creadores del concepto “identidad de género”, que será uno de los pilares en
los que se asienten los estudios de género de los que ya Simone de Beauvoir
había puesto la piedra angular. Lo malo es que el ambicioso John Money quiso ir
mucho más allá. La realidad no le podía anular una supuesta buena teoría.
En 1966, tras una fatal operación de fimosis, el bebé Bruce
Reimer pierde el pene. Por casualidad sus padres ven a Money en televisión, que
por entonces sostenía la tesis de la orientación sexual como una construcción
educativa sociocultural frente al determinismo biológico. Los padres de Bruce
creyeron que aquello podía ser una solución para su drama familiar, así que se
pusieron en contacto con aquel psicólogo y confiaron en él. Para Money aquel
caso era providencial, ya que Bruce era hermano gemelo, y con este experimento
podría demostrar su tesis. El niño pasaría a ser Brenda y tratado como niña a
partir de entonces. Money escribiría un libro relatando la historia como la
demostración definitiva de su teoría. Pero la realidad era muy distinta. Tras
años de sufrimiento el chico nunca se sintió mujer. En plena adolescencia sus
padres le dirían la verdad y él pediría volver a su sexo biológico. Finalmente,
reconvertido ahora en David, y animado por el biofísico Milton Diamond (uno de
los pocos científicos con valor suficiente para enfrentarse al todopoderoso
Money) y un indeciso Keith Sigmundson (el nuevo psiquiatra de los gemelos) el
chico se atreve a contarlo todo al periodista John Colapinto que publica la historia
en The Rolling Stones, en 1997, y posteriormente en un libro[8].
Brian, el hermano en la sombra con graves problemas psicológicos, cae en la
drogadicción y se suicida en 2002. Bruce/Brenda/David lo hará en 2004. Iba a
cumplir 39 años.[9]
![]() |
John Money y Bruce/Brenda/David Reimer. |
Estudios de género:
¿una verdad revelada?
Se puede pensar que es injusto atacar a toda esa amalgama de
corriente de pensamiento que se encuadran hoy en día dentro de los estudios
de género a través del desastroso experimento John/Joan de John Money. Pero
lo cierto es que sin una evidencia científica que los respalde los estudios de
género son sólo una creencia, o como también se les llama, una ideología. Y por
lo sucedido no creo que se trate de una ideología precisamente esperanzadora.
Con aquel terrible experimento debería haber quedado ya claro
que debe de haber algo más que una construcción social en el desarrollo de lo
que han querido denominar “género”, aunque hasta entonces, y te adelanto que
hasta ahora, no se hubiese encontrado nada. De hecho ahora sabemos que existe
una fuerte vinculación entre los genitales y el cerebro, no son dos órganos
independientes, pero de eso hablaré cuando toque.
El biofísico Milton Diamond, responsable de destapar el affaire, cuando todo terminó declaró:
“Si todos estos esfuerzos médicos, quirúrgicos y sociales combinados no
tuvieron éxito en hacer que este niño aceptara una identidad de género femenina
entonces, tal vez, tengamos que pensar que hay algo importante en la
constitución biológica del individuo.”[10]
John Money, juicio ad hominen.
No voy a negar las aportaciones de John Money a la sexología,
pero tampoco puedo ignorar el sufrimiento que generó su egolatría. En cualquier
otro caso hubiera escrito simplemente que fue el primer psicólogo de reconocido
prestigio que se posicionó a favor de que la identidad de género era algo
adquirido a través de construcciones socioculturales, más que un hecho
biológico innato, como proponía su colega Benjamin. Y es cierto que trató de
probarlo con un estudio científico, uno de los primeros con vocación
científica. Pero lo cierto es que fue un fracaso. Un fracaso que ocultó
mientras pudo y que nunca reconoció abiertamente. Si el vínculo entre ciencia y
ética es inevitable, en este caso creo que hay pocas dudas que se traspasó
holgadamente.
Todos somos frutos, y a veces víctimas, de nuestras
biografías, y Money no lo era menos. Educado en un puritanismo represor le
llevó a hacer oscilar el péndulo de lo razonable mucho más allá de sus límites.
No voy a reprocharle que explorara la sexualidad en todos sus límites, pero sí
que inocentes pagaran con ello.
Personas que lo conocieron, como el sexólogo Richard Green lo
describen como alguien de dudosa moral, soberbio, prepotente, egoísta. Quizás
lo mejor que se puede hablar de él es que demostró con la vida de otros que
estaba equivocado.
Una de sus pensamientos que lo retratan como lo que era está
relacionado con la pedofilia, que por cierto Richard Green también mira con
benevolencia:
“Si yo fuera a ver el caso de un niño de diez u once años que
está intensamente y eróticamente atraído hacia un adulto de unos veinte o
treinta años, si la relación es totalmente recíproca, así como la unión es
verdadera y totalmente mutua… Entonces yo no lo consideraría patológico de
ninguna manera.”[11]
Una década
revolucionaria.
La de los sesenta fue una década revolucionaria. También es
cierto que si bien en Europa y sus áreas de influencia (antiguas colonias o
territorios en proceso de descolonización) se centró en cuestiones
estrictamente políticas más tradicionales, en Estados Unidos se abrieron a
nuevas áreas de protesta.
Un problema local, la segregación de los ciudadanos de origen
africano, tiene su mayor periodo de protestas en la búsqueda de obtener la
igualdad de derechos civiles.
La Segunda Ola Feminista se asienta y se convierte en un
auténtico lobby de poder.
Son años de liberación sexual y experimentación con todo tipo
de drogas.
El 28 de junio de 1969, casi terminando la década, se
producen los disturbios de Stonewall, en Greenwich Village, Nueva York. Y con
ellos el activismo LGTB empieza a coger vuelo y a arrastrar a todas sus
confluencias. Como curiosidad hay que tener en cuenta que en este caso los
travestis, transexuales y transgénero tuvieron una importancia vital, ya que el
local en el que empezó todo estaba especializado en estas variantes del entorno
LGTB.
Su fuerza como lobby se demuestra en el hecho que tan sólo
unos cuatro años y medio después de que se produjeran estos disturbios
consiguieron, tras numerosas presiones, que la Asociación Americana de
Psiquiatría en su reunión del 15 de diciembre de 1973 retirara la
homosexualidad del Manual de Diagnóstico y Estadística de los trastornos
mentales (DSM). Fue una victoria reñida, votó un 58% a favor. Y se rebautizó
como orientación sexual alterada, para calificar a las personas que no estaban
a gusto con tener estos deseos. Pero no dejó de ser un triunfo para su causa
que se iría ampliando en años sucesivos.
Son cambios sociales y políticos, pero con respecto a la
ciencia seguimos en las mismas. ¿Qué evidencias tenemos sobre las niñas con
pene y los niños con vulva que decía el periodista Iñaki López? Hasta principio
de los años setenta vemos que aún ninguna. Pero sigamos viendo qué pasó en las
siguientes décadas.
[1] Money, John (1955).
«Hermaphroditism, gender and precocity in hyperadrenocorticism: Psychologic
findings». Bulletin of the Johns Hopkins Hospital. 96: 253-264.
[2] Money, John (1955).
«Hermaphroditism, gender and precocity in hyperadrenocorticism: Psychologic findings». Bulletin of the Johns
Hopkins Hospital (en inglés) 96: 253-264. PMID 14378807.
[3] Stoller, Robert; Sex and Gender: On
the Development of Masculinity and Femininity, Science House, New York City
(1968).
[4] Ibíd. P.187.
[5] Harry Benjamin (1966). The
Transsexual Phenomenon. The Julian Press, INC. Publishers.
[6] A.C. Kinsey, W.B. Pomeroy, C.E.
Martin (1948). Sexual Behavior in the Human Male. Philadelphia, PA: W.B.
Saunders.
[7] Berger; Luckmann, Perter L.; Thomas
(1968). La construcción social de la realidad. Buenos Aires: Amorrortu.
[8] Colapinto, John (2000). As Nature
Made Him: The Boy Who Was Raised As a Girl.
[9]
El padre terminaría alcoholizado y, según alguna fuente, también suicida, y la
madre con depresiones crónicas e impulsos suicidas.
[10] Colapinto, John (2000). As Nature
Made Him: The Boy Who Was Raised As a Girl. P. 174-175.
[11] “If I were to see the case of
a boy aged ten or eleven who’s intensely erotically attracted toward a man in
his twenties or thirties, if the relationship is totally mutual, and the
bonding is genuinely totally mutual…then I would not call it pathological in
any way.” Entrevista John Money. PAIDIKA:
The Journal of Paedophilia, Spring 1991, vol. 2,
no. 3, p. 5.
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