¿Está desnudo el
Emperador?
“¿No te has
dado cuenta -dije- de que las opiniones sin conocimiento son todas defectuosas?
Pues las mejores de entre ellas son ciegas. ¿O crees que difieren en algo de
unos ciegos que van por buen camino aquellos que profesan una opinión recta,
pero sin conocimiento?” La república, Platón. VI-XVIII.
En 1979, siendo presidente del Departamento de Psiquiatría de
la prestigiosa Escuela de Medicina de la Universidad Johns Hopkins[1], Paul R. McHugh, tras dos estudios realizados en aquel año[2] (uno por equipo formado por Jon K.
Meyer y Donna J. Reter y otro estudio realizado por William G. Reiner) decide
cerrar la clínica de reasignación de sexo, ya que no encuentran evidencias que
esa opción mejore sus vidas, sino que colabora con su confusión. Desde
entonces, totalmente contrario a las teorías del sexo como construcción social,
considerándolas como ideas sin base científica, se muestra partidario de
intentar la acomodación de las personas con sentimientos transexuales a su sexo
biológico, considerando la reasignación quirúrgica como una colaboración con la
disforia.
Por otro lado, desde el entorno del construccionismo social, el
sociólogo y activista gay Jeffrey Weeks[3]
en 1986, con su trabajo Sexualidad, minusvalora la carga
fisiológica de la sexualidad y pone todo el peso en su construcción social e
incluso histórica.
En 1990 se produce un importante punto de inflexión con la
publicación de El género en disputa:
Feminismo y la subversión de la identidad[4]
de Judith Butler. A partir de un
discurso más elaborado y complejo que el de sus antecesores, Butler aporta una
nueva visión de la sexualidad como un proceso de identificación transferible y
perfomativo. Propone que no sólo los roles de géneros son algo construido, sino
que va más allá y sostiene que el sexo y la sexualidad se tratan también de
construcciones sociales. El discurso de Butler va a ser muy importante en
futuros y presentes debates en torno a la cuestión transgénero. Sin negarle la
brillantez de su desarrollo, lo cierto es que se trata de una propuesta
puramente filosófica, con toques de sentimentalidad, sin apoyo de pruebas
materiales.
Hablemos de números.
“Ninguna
investigación humana puede ser llamada verdadera ciencia si no puede ser
demostrada matemáticamente.” Leonardo Da Vinci.
Aunque no se trate específicamente de transexualidad, uno de
los primeros científicos que aportó un posible indicio que podía vincular una
evidencia fisiológica a la orientación sexual fue Simon LeVay, en 1991, con su estudio Una diferencia en la estructura hipotalámica entre hombres
heterosexuales y homosexuales[5].
LeVay encontró que el tamaño promedio del tercer núcleo
intersticial del hipotálamo anterior (NIHA-3) tendía a ser más pequeño en
mujeres y hombres homosexuales que en hombres heterosexuales. Este hallazgo es
un punto de partida. Eso sí, LeVay siempre ha asumido la limitada realidad de
su descubrimiento:
“Es importante poner énfasis en lo que no encontré. Yo no demostré
que la homosexualidad fuera genética, ni encontré la causa genética de ser gay.
Yo no probé que los gais hubieran ‘nacido así,’ ese es el error más común que
la gente comete al interpretar mi trabajo. Y tampoco localicé un centro gay en
el cerebro.” [6]
Dean Hamer en 1993 en su artículo Una vinculación entre los marcadores de ADN
en el cromosoma X y la orientación sexual masculina[7],
propuso la relación del marcador genético Xq28
del cromosoma X con una tendencia hacia la homosexualidad masculina (el mal llamado “gen gay”). Con independencia de las polémicas
generadas, refutaciones y contrarrefutaciones, lo cierto es que aquello siguió
abriendo una brecha en el camino, pero sin encontrar todavía ninguna prueba
irrefutable.
En 1995 el endocrinólogo Louis
Gooren[8]
publica en Nature, junto a los neurobiólogos Jiang-Ning Zhou, Michel A. Hofman
y Dick F. Swaab, el artículo Una
diferencia en el cerebro humano y su relación con la transexualidad[9],
que puso sobre la mesa por primera vez una pequeña, pero significativa,
diferencia en el cerebro de los transexuales, al detectar en el volumen de la subdivisión central
de la cama núcleo de la estría terminal (BSTc)
de las personas con tendencia transgénero un número de células intermedio entre
los promedios masculinos y femeninos. Se propone como teoría que esta variación
tal vez se produzca por alteraciones hormonales en la fase de desarrollo del
feto.
Poco más de una década después, en 2007, Dick F. Swaab (ya presente en el equipo de Gooren) publica Diferenciación sexual del cerebro y el
comportamiento[10]. Este trabajo, mucho más exhaustivo
que el de Gooren, relaciona determinadas interacciones de hormonas y neuronas
como base para la diferenciación, no sólo de características sexuales
fisiológicas, sino también de rasgos de comportamiento y de inclinación en la
elección de género. Y, lo más curioso, valora la influencia de estas
variaciones a probables causas tan novedosas como a la ingesta de determinados
fármacos durante el embarazo[11](entre
otras). En cualquier caso, descarta por
completo las posibles influencias externas posteriores. Sí acepta la
posibilidad de confusión de género transitoria por causas ambientales generadas
en la infancia, aunque reduce su culminación final a tan sólo un 23% de casos
en la vida adulta. Curiosamente Swaab también ha comprobado que el volumen del
NIHA-3 que ya citábamos antes tiene una relación directa con los transexuales[12].
Es decir, los transgénero que van de hombre a mujer tienen un tamaño similar a
las mujeres y los que van de mujer a hombre similar a los hombres. Lo que no se
ha podido determinar es que si existe en este cambio una relación con la
terapia hormonal que reciben estas personas al realizar sus procesos de
reasignación sexual. En cualquier caso, una vez más, sólo se trata de
tendencias no concluyentes.
En este mismo año, 2007, el prestigioso genetista Francis S. Collins, director del
proyecto del Genoma Humano, hizo declaraciones abiertamente en contra sobre la
probable causa biológica de la homosexualidad: “En el mapa del Genoma Humano no se encontró un gen gay, la
determinación de la orientación sexual no está incrustada en el ADN”.
Por
otro lado, en 2008, los investigadores Ivanka
Savic y Per Lindström del Instituto Karolinska publican un trabajo
en el que muestran diferencias en
asimetría cerebral y conectividad funcional entre sujetos homosexuales y
heterosexuales[13].
Encuentran que el hemisferio cerebral derecho tiende a ser de mayor tamaño en
varones heterosexuales y mujeres homosexuales que en mujeres y en varones
homosexuales, que presentan una mayor simetría. También detectaron que existía
un dimorfismo entre ambos grupos en el flujo sanguíneo hacia la amígdala.
En 2011 se produce una gran aportación nacional.
Un estudio, que en este caso presta atención tanto a transexuales de hombre a
mujer (HaM) [14],
como de mujer a hombre (MaH) [15]
sin tratamiento hormonal previo. Por
un lado, descubren que el patrón de sustancia blanca en los transexuales no
tratados de HaM se sitúa a mitad de camino entre el patrón de los controles
masculino y femenino. Atribuyéndolo a una posible masculinización incompleta
durante la primera fase de desarrollo cerebral. Y, por otro lado, encuentran
más cercanía en ese mismo patrón de sustancia blanca entre los transexuales MaH
hacia el masculino, más que hacia las personas que comparten su sexo biológico
(mujeres). Lo que por otro lado sería conflictivo para los partidarios del
construccionismo social femenino si esto se confirma, ya que podría indicar que
hay componente del género con lo que se nace.
En 2014 un estudio publicado en Cambridge Core[16],
revisando el trabajo de Dean Hamer
de 1993, no sólo encontraron una relación significativa en variaciones de la
orientación sexual en el ya citado marcador Xq28, sino que la ampliaron también hacia la región
pericentromérica del cromosoma 8. Pero como en todas las ocasiones anteriores
se trata tan sólo de indicios, en ningún caso hasta ahora son confirmaciones
irrefutables.
Para acabar con esta ya extensa relación de teorías sobre el
asunto quisiera reseñar por último una propuesta muy polémica, original y
diferentes a todas las demás. Se trata de la teoría del psicólogo canadiense Kenneth J. Zucker, que considera la
transexualidad como una variante del autismo. Ruego que no maten al mensajero,
pero lo cierto es que cuenta con trabajos que investigan en esa dirección[17].
Los resultados tampoco indican que pueda tratarse de la explicación global al
fenómeno, pero sí apuntan que hay una relación porcentual significativa en
algunos casos.
Los prejuicios ideológicos en la ciencia pueden tener sentido
cuando lo que se afirma no se apoya en estudios contrastados realizados con
método científico. Desde este punto de vista es difícil rechazar la revisión[18]
que presentó el año pasado Lawrence S. Mayer en The New Atlantis a partir de un anterior trabajo de Paul R. McHugh.
El extenso artículo, por más prejuicios con los que nos enfrentemos a él, es
impecable. Repasa numerosos estudios, muchos de los que aquí he citado y otros,
y muestra con asepsia científica un hecho ante el que no podemos mirar hacia
otra parte y es que a día de hoy:
NO existe un consenso científico global sobre el
origen de lo que se ha llamado transexualidad, disforia de género, trastorno
de la identidad sexual o incongruencia de género.
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GAFAPASTA/NERD MODE OFF.
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POPULIST MODE ON.
[1]
Sí, la misma en la que fue profesor John Money.
[2] Jon K. Meyer and Donna J.
Reter. Sex Reassignment: Follow-up. Archives of General Psychiatry 36, no. 9
(1979): 1010–1015, http://dx.doi.org/10.1001/archpsyc.1979.01780090096010.
[3]Ellis Horwood/Tavistock. Sexuality,
1986. Published in Spanish translation as Sexualidad, Mexico City, PUEG/
Editorial Paidos, 1998. http://www.academia.edu/5025259/Jeffrey_Weeks_SEXUALIDAD_HQ21_W43518_1_U_NAM_1802_ra_EIS_TUDIOS_DE_GENERO
[4] Butler, Judith. Gender Trouble:
Feminism and the Subversion of Identity. http://stoa.usp.br/heloisabuarque/files/3408/18821/%5BLivro%5D+El+gnero+en+disputa+Judith+Butler.pdf
[6] David Nimmons, “Sex and the Brain,”
Discover, March 1, 1994. http://discovermagazine.com/1994/mar/sexandthebrain346/
[8] El
que fue alumno de John Money.
[11]
El trabajo de Swaab encuentra relaciones con mujeres que tomado durante su
embarazo fenobarbital (un barbitúrico usado para calmar el síndrome de
abstinencia) o la difantoaina (para la epilepsia). O medicadas con dietilestilbestrol
(un estrógeno no esteroideo sintético) usado para prevenir abortos, partos
prematuros y otras complicaciones del embarazo. En este último caso (según el
estudio) puede generar transexualidad en el niño en un 35,5% y un
problema de género en un 14,3%.
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