sábado, 22 de julio de 2017

El transgénero en disputa: Transexualidad y transgénero, III.

¿Está desnudo el Emperador?
“¿No te has dado cuenta -dije- de que las opiniones sin conocimiento son todas defectuosas? Pues las mejores de entre ellas son ciegas. ¿O crees que difieren en algo de unos ciegos que van por buen camino aquellos que profesan una opinión recta, pero sin conocimiento?” La república, Platón. VI-XVIII.

 En 1979, siendo presidente del Departamento de Psiquiatría de la prestigiosa Escuela de Medicina de la Universidad Johns Hopkins[1], Paul R. McHugh, tras dos estudios realizados en aquel año[2] (uno por equipo formado por Jon K. Meyer y Donna J. Reter y otro estudio realizado por William G. Reiner) decide cerrar la clínica de reasignación de sexo, ya que no encuentran evidencias que esa opción mejore sus vidas, sino que colabora con su confusión. Desde entonces, totalmente contrario a las teorías del sexo como construcción social, considerándolas como ideas sin base científica, se muestra partidario de intentar la acomodación de las personas con sentimientos transexuales a su sexo biológico, considerando la reasignación quirúrgica como una colaboración con la disforia.
Por otro lado, desde el entorno del construccionismo social, el sociólogo y activista gay Jeffrey Weeks[3] en 1986, con su trabajo Sexualidad, minusvalora la carga fisiológica de la sexualidad y pone todo el peso en su construcción social e incluso histórica.
En 1990 se produce un importante punto de inflexión con la publicación de El género en disputa: Feminismo y la subversión de la identidad[4] de Judith Butler. A partir de un discurso más elaborado y complejo que el de sus antecesores, Butler aporta una nueva visión de la sexualidad como un proceso de identificación transferible y perfomativo. Propone que no sólo los roles de géneros son algo construido, sino que va más allá y sostiene que el sexo y la sexualidad se tratan también de construcciones sociales. El discurso de Butler va a ser muy importante en futuros y presentes debates en torno a la cuestión transgénero. Sin negarle la brillantez de su desarrollo, lo cierto es que se trata de una propuesta puramente filosófica, con toques de sentimentalidad, sin apoyo de pruebas materiales.


Hablemos de números.
“Ninguna investigación humana puede ser llamada verdadera ciencia si no puede ser demostrada matemáticamente.” Leonardo Da Vinci.

Aunque no se trate específicamente de transexualidad, uno de los primeros científicos que aportó un posible indicio que podía vincular una evidencia fisiológica a la orientación sexual fue Simon LeVay, en 1991, con su estudio Una diferencia en la estructura hipotalámica entre hombres heterosexuales y homosexuales[5].
LeVay encontró que el tamaño promedio del tercer núcleo intersticial del hipotálamo anterior (NIHA-3) tendía a ser más pequeño en mujeres y hombres homosexuales que en hombres heterosexuales. Este hallazgo es un punto de partida. Eso sí, LeVay siempre ha asumido la limitada realidad de su descubrimiento:
“Es importante poner énfasis en lo que no encontré. Yo no demostré que la homosexualidad fuera genética, ni encontré la causa genética de ser gay. Yo no probé que los gais hubieran ‘nacido así,’ ese es el error más común que la gente comete al interpretar mi trabajo. Y tampoco localicé un centro gay en el cerebro.” [6]
Dean Hamer en 1993 en su artículo Una vinculación entre los marcadores de ADN en el cromosoma X y la orientación sexual masculina[7], propuso la relación del marcador genético Xq28 del cromosoma X con una tendencia hacia la homosexualidad masculina (el mal llamado “gen gay). Con independencia de las polémicas generadas, refutaciones y contrarrefutaciones, lo cierto es que aquello siguió abriendo una brecha en el camino, pero sin encontrar todavía ninguna prueba irrefutable.
En 1995 el endocrinólogo Louis Gooren[8] publica en Nature, junto a los neurobiólogos Jiang-Ning Zhou, Michel A. Hofman y Dick F. Swaab, el artículo Una diferencia en el cerebro humano y su relación con la transexualidad[9], que puso sobre la mesa por primera vez una pequeña, pero significativa, diferencia en el cerebro de los transexuales, al detectar en el volumen de la subdivisión central de la cama núcleo de la estría terminal (BSTc) de las personas con tendencia transgénero un número de células intermedio entre los promedios masculinos y femeninos. Se propone como teoría que esta variación tal vez se produzca por alteraciones hormonales en la fase de desarrollo del feto.
Poco más de una década después, en 2007, Dick F. Swaab (ya presente en el equipo de Gooren) publica Diferenciación sexual del cerebro y el comportamiento[10]. Este trabajo, mucho más exhaustivo que el de Gooren, relaciona determinadas interacciones de hormonas y neuronas como base para la diferenciación, no sólo de características sexuales fisiológicas, sino también de rasgos de comportamiento y de inclinación en la elección de género. Y, lo más curioso, valora la influencia de estas variaciones a probables causas tan novedosas como a la ingesta de determinados fármacos durante el embarazo[11](entre otras). En cualquier caso, descarta por completo las posibles influencias externas posteriores. Sí acepta la posibilidad de confusión de género transitoria por causas ambientales generadas en la infancia, aunque reduce su culminación final a tan sólo un 23% de casos en la vida adulta. Curiosamente Swaab también ha comprobado que el volumen del NIHA-3 que ya citábamos antes tiene una relación directa con los transexuales[12]. Es decir, los transgénero que van de hombre a mujer tienen un tamaño similar a las mujeres y los que van de mujer a hombre similar a los hombres. Lo que no se ha podido determinar es que si existe en este cambio una relación con la terapia hormonal que reciben estas personas al realizar sus procesos de reasignación sexual. En cualquier caso, una vez más, sólo se trata de tendencias no concluyentes.
En este mismo año, 2007, el prestigioso genetista Francis S. Collins, director del proyecto del Genoma Humano, hizo declaraciones abiertamente en contra sobre la probable causa biológica de la homosexualidad: “En el mapa del Genoma Humano no se encontró un gen gay, la determinación de la orientación sexual no está incrustada en el ADN”.
Por otro lado, en 2008, los investigadores Ivanka Savic y Per Lindström del Instituto Karolinska publican un trabajo en el que muestran diferencias en asimetría cerebral y conectividad funcional entre sujetos homosexuales y heterosexuales[13]. Encuentran que el hemisferio cerebral derecho tiende a ser de mayor tamaño en varones heterosexuales y mujeres homosexuales que en mujeres y en varones homosexuales, que presentan una mayor simetría. También detectaron que existía un dimorfismo entre ambos grupos en el flujo sanguíneo hacia la amígdala.
En 2011 se produce una gran aportación nacional. Un estudio, que en este caso presta atención tanto a transexuales de hombre a mujer (HaM) [14], como de mujer a hombre (MaH) [15] sin tratamiento hormonal previo. Por un lado, descubren que el patrón de sustancia blanca en los transexuales no tratados de HaM se sitúa a mitad de camino entre el patrón de los controles masculino y femenino. Atribuyéndolo a una posible masculinización incompleta durante la primera fase de desarrollo cerebral. Y, por otro lado, encuentran más cercanía en ese mismo patrón de sustancia blanca entre los transexuales MaH hacia el masculino, más que hacia las personas que comparten su sexo biológico (mujeres). Lo que por otro lado sería conflictivo para los partidarios del construccionismo social femenino si esto se confirma, ya que podría indicar que hay componente del género con lo que se nace.
En 2014 un estudio publicado en Cambridge Core[16], revisando el trabajo de Dean Hamer de 1993, no sólo encontraron una relación significativa en variaciones de la orientación sexual en el ya citado marcador Xq28, sino que la ampliaron también hacia la región pericentromérica del cromosoma 8. Pero como en todas las ocasiones anteriores se trata tan sólo de indicios, en ningún caso hasta ahora son confirmaciones irrefutables.
Para acabar con esta ya extensa relación de teorías sobre el asunto quisiera reseñar por último una propuesta muy polémica, original y diferentes a todas las demás. Se trata de la teoría del psicólogo canadiense Kenneth J. Zucker, que considera la transexualidad como una variante del autismo. Ruego que no maten al mensajero, pero lo cierto es que cuenta con trabajos que investigan en esa dirección[17]. Los resultados tampoco indican que pueda tratarse de la explicación global al fenómeno, pero sí apuntan que hay una relación porcentual significativa en algunos casos.
Los prejuicios ideológicos en la ciencia pueden tener sentido cuando lo que se afirma no se apoya en estudios contrastados realizados con método científico. Desde este punto de vista es difícil rechazar la revisión[18] que presentó el año pasado Lawrence S. Mayer en The New Atlantis a partir de un anterior trabajo de Paul R. McHugh. El extenso artículo, por más prejuicios con los que nos enfrentemos a él, es impecable. Repasa numerosos estudios, muchos de los que aquí he citado y otros, y muestra con asepsia científica un hecho ante el que no podemos mirar hacia otra parte y es que a día de hoy:

NO existe un consenso científico global sobre el origen de lo que se ha llamado transexualidad, disforia de género, trastorno de la identidad sexual o incongruencia de género.

GAFAPASTA/NERD MODE OFF.
***
POPULIST MODE ON.



[1] Sí, la misma en la que fue profesor John Money.
[2] Jon K. Meyer and Donna J. Reter. Sex Reassignment: Follow-up. Archives of General Psychiatry 36, no. 9 (1979): 1010–1015, http://dx.doi.org/10.1001/archpsyc.1979.01780090096010.
[3]Ellis Horwood/Tavistock. Sexuality, 1986. Published in Spanish translation as Sexualidad, Mexico City, PUEG/ Editorial Paidos, 1998. http://www.academia.edu/5025259/Jeffrey_Weeks_SEXUALIDAD_HQ21_W43518_1_U_NAM_1802_ra_EIS_TUDIOS_DE_GENERO
[4] Butler, Judith. Gender Trouble: Feminism and the Subversion of Identity. http://stoa.usp.br/heloisabuarque/files/3408/18821/%5BLivro%5D+El+gnero+en+disputa+Judith+Butler.pdf
[6] David Nimmons, “Sex and the Brain,” Discover, March 1, 1994. http://discovermagazine.com/1994/mar/sexandthebrain346/
[8] El que fue alumno de John Money.
[11] El trabajo de Swaab encuentra relaciones con mujeres que tomado durante su embarazo fenobarbital (un barbitúrico usado para calmar el síndrome de abstinencia) o la difantoaina (para la epilepsia). O medicadas con dietilestilbestrol (un estrógeno no esteroideo sintético) usado para prevenir abortos, partos prematuros y otras complicaciones del embarazo. En este último caso (según el estudio) puede generar transexualidad en el niño en un 35,5% y un problema de género en un 14,3%.

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