Quizás sea Mujeres heridas una de
las películas más complejas y emotivas de Gonzalo García Pelayo. Con Mujeres
heridas, Gonzalo, que casi nunca parte de un texto propio, consigue una vez más
hacer suyas las palabras de los otros. Y en esta ocasión va mucho más lejos, con
esta película logra una unidad conceptual a través de una multiplicidad de
discursos. Discursos que no sólo aparecen en la habitual manera secuencial y
dialogada de los personajes convencionales de un film, sino que surgen a través
de diversas formas. Sí, hay personajes que hablan, pero también hay voces en
off que relatan historias, no necesariamente propias (las voces mutan de la edad
y sexo del narrador real), aparecen intertítulos que ocupan toda la imagen o
impresiones simultáneas, divergentes o paralelas al discurso sonoro.
Constituyendo el conjunto un, a veces apabullante, maremágnum de ideas que se
suceden. Estando tal vez en esa confusa forma el verdadero mensaje. Es cierto
que en una primera capa todo puede aparentar que se reduce a un dualismo: Oriente
y Occidente, mujeres y hombres (casi ausentes en presencia física, salvo un
filósofo), presente y pasado, lo que se vive y lo que se recuerda. Pero según
avanza su exposición los discursos se van multiplicando, entrecruzando, sobreponiendo,
como sería para un ser omnisciente la misma realidad. El mundo como circo de dos,
tres, cuatro y a veces incontables pistas.
Desde el punto de vista formal en
un primer momento parece ser la culminación de la trilogía iniciada con Niñas.
Esa fuente inagotable de conocimiento enciclopédico sobre cine español que es Javier
Redondo Martín, comentó que veía cierta conexión entre las dos primeras piezas
de la trilogía con la ochentera serie Vivir cada día. Y descubro que, efectivamente,
se cumplen justo 20 años de la participación de GGP dirigiendo uno de sus
episodios: Tres caminos al Rocío. En este docudrama[1]
Gonzalo relata el viaje de tres grupos de personas que peregrinan en invierno
al Rocío. Uno de ellos, que está compuesto íntegramente por mujeres, adelanta de
alguna manera el espíritu de lo que dos décadas después será la trilogía Niñas.
Salvo que en este caso hay una “niña” que por edad convertiría la saga en tetralogía.
No sé si veremos esas Niñas 4.
Mujeres heridas es la película de
GGP en la que la filosofía está más presente de toda su filmografía. Tanto en
forma como en fondo. Y quizás esto se introduce como contraste al ser la más
emocional. Tenemos a mujeres que exponen sus sentimientos ante circunstancias
adversas de la vida. Y tras la emocionalidad, o junto a ella, surge la racionalidad.
Tenemos a Platón y el ideal de belleza y perfección. Pero también tenemos el
concepto oriental del Wabi-Sabi, que sería algo así como la belleza de lo simple,
imperfecto y transitorio. De alguna manera corresponde al “todo fluye” de
Heráclito. Todo cambia, todo permanece. Y en medio de todo, entre Oriente y
Occidente, la visión compasiva del cristianismo, el amor al prójimo. El pobre,
el débil, el marginado, como hermoso y protagonista. La idea de que los últimos
serán los primeros. Es curioso que el único personaje masculino que aparece sea
un filósofo. Racional, pero no materialista, sino cristiano. Y, por encima de
todo, aparecen los vínculos emocionales de la familia, absolutamente matriarcal,
como elemento de cohesión.
Si el cine abandonó a GGP a
principio de los ochenta, la fuerza con la que él ha retomado las cámaras tres
décadas después, está logrando que cada vez más adquiera un oficio que va mucho
más allá del de realizar películas convencionales. GGP de forma ascendente está
redefiniendo y depurando, construyendo y desconstruyendo, experimentando y
afianzando, un medio de expresión propio alejado de todo convencionalismo. Una
forma de arte estrictamente personal, con reglas propias, libre de
apropiacionismos, y ajena a tendencias y modas. Como ya he dicho en alguna otra
ocasión, y ahora me reafirmo, Gonzalo García Pelayo es su propio género.
Y además de todo esto, en esta
ocasión, emociona.
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