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“La pittura è cosa mentale”, Leonardo da Vinci.
“Lo más terrible de este mundo es que todos tiene sus razones.”
La regla del juego, Jean Renoir.
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En abril de 2018 escribí sobre una conferencia en la
que se menospreciaba buena parte del arte contemporáneo, quitándole la categoría
de arte o imponiéndole la etiqueta de “arte basura”[1]. Con posterioridad a esa
charla, que generó una cuasi agria polémica entre algunos de los presentes, una
simpática profesora de filosofía, que aunque no poseía la acritud del ponente no
se mantenía muy alejada de la tesis expuesta, me recomendó el ensayo de
Alessandro Baricco El alma de Hegel y las
vacas de Wisconsin[2].
A poco de empezar a leer vi que realmente de lo que
hablaba Baricco en este ensayo era de algo distinto a lo que yo esperaba,
aunque se pueda proponer como paralelo, y es de la diferencia, para él
catastrófica, entre la música clásica (que prefiere llamar culta) y la contemporánea.
No voy a entrar en exceso en la tesis de la obra, básicamente porque mis
conocimientos de música no pasan de ser muy elementales, pero sí reconozco que
es precisamente esta creencia, que el paralelismo entre ambas formas de
expresión es posible, la que creo que señala la incomprensión hacia ciertos
planteamientos de las artes visuales contemporáneas desde los que aman la
música culta o el arte académico previo a las vanguardias.

Para muchas personas los efectos de la música son
emoción en estado puro. Y esto se produce porque la música pura usa normalmente
un medio primario y universal: un sonido con melodía, ritmo y armonía. La ventaja
de esta forma de expresión es esa. El espectador no precisa de un lenguaje
previo que sea necesario conocer, ni un código de signos que haya que
descifrar. Simplemente suena y se escucha. Otra cosa es que le guste o no, o
que el gusto se le haya educado/adiestrado inconscientemente por la repetición y
valoración positiva o negativa en su ámbito social.
Podemos distinguir con esto a la música de la
literatura escrita, en la que es necesario conocer el idioma y su escritura. Como
esto también ocurre en las artes visuales, aunque su aprendizaje no sea tan
dirigido y consciente como con la lectoescritura. Como ejemplo señalaré en un
cuadro algunas diferencias esenciales entre ambos medios.
MÚSICA
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ARTES
VISUALES
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Tiene al
menos un creador (compositor), un intérprete (director en el caso de
orquestas) y ejecutantes (los instrumentistas).
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La
creación y ejecución de la obra normalmente recae en el autor. En este caso
es el espectador el que interpreta la obra.
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Sólo los
autores nacidos en la era de la era de la reproductibilidad técnica han
podido supervisar al menos una grabación de su obra.
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La obra de
arte visual (salvo accidente, vandalismo o deterioro natural) permanece sin
alteración física. Sólo puede variar la interpretación de sus receptores.
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Las obras
sólo tienen dimensión temporal.
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La
dimensión temporal no suele ser esencial en las obras visuales. El espectador
decide su tiempo de recepción.
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Normalmente
el espectador es sujeto pasivo en la recepción de la obra. La disfruta o no.
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El
espectador tiene que establecer algún tipo de diálogo con la obra, al menos
de lectura.
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Para que se produzca la evolución de sociedades
simples a complejas es esencial el desarrollo del pensamiento simbólico. La
capacidad simbólica es la que da al ser humano la posibilidad de crear un
lenguaje oral complejo, que dará paso a otra de las formas de arte primitivas:
la narración. Para nuestros antepasados tener la habilidad de contar historias
tendría muchas ventajas evolutivas. Podían saber qué se había hecho mal y qué
bien en la caza. Podían transmitir conocimientos adquiridos a través de
relatos. O fantasear sobre el origen o la transcendencia de las cosas. La
narración oral, en algunos casos, también desembocaría en la representación de
los hechos: el teatro. Pero la narración oral[4], a diferencia de la música,
ya posee una frontera que hay que cruzar. Si no se conoce el lenguaje en el que
transmite es imposible entenderla. Ya precisa de un camino iniciático básico:
el aprendizaje del idioma común. A partir de esto toda forma de creación ya es
una construcción social limitada a unos iniciados.
No podemos tener una certeza absoluta, pero es muy
probable que en esta fase de consolidación y desarrollo del lenguaje oral se
empezasen a crear las primeras imágenes, sencillas pinturas y toscas
estatuillas. Las representaciones físicas no sólo permitían que la capacidad de
simbolización del mundo se desarrollase, sino que además se transmitiera sin
variaciones a sucesivas generaciones, sirviendo de alguna manera de
preescritura. Desde las pinturas rupestres hasta el barroco ha sido esencial
estar al corriente de los referentes culturales para poder leer las obras. El hecho
de que estas representaciones tuvieran un sentido mágico-religioso no las
invalidad como arte, sino más bien dan el sentido originario del arte: acciones
conscientes y voluntarias que generan una emoción. En este sentido las lecturas
vacías de contenido, el arte por el arte, es la excepcionalidad y no la regla en
la historia del arte.
Por todo esto no podemos negar la conexión directa
entre arte y religión. Si seguimos el planteamiento del filósofo Gustavo Bueno
en torno a la religión como culto a los númenes, observamos el paralelismo. En
una primera fase el animal estaría en el centro de la representación, y no hay
más que ver que esto es cierto viendo el grueso del arte rupestre. En la
segunda etapa, coincidente con la época de la domesticación, el animal y el
hombre se fusionan. Veamos las representaciones de los primeros imperios:
Egipto y Mesopotamia. Yo indicaría una tercera fase que Bueno se salta: la
antropomorfización de la divinidad: evidente en Grecia, Roma y en el
cristianismo… Y una cuarta (para Bueno la tercera) que nos llevaría al Dios
impersonal, que según la teoría del materialismo filosófico estaría a dos pasos
del ateísmo. Si observamos la evolución del arte desde esta perspectiva vemos
que hasta ahora esto ha sido así. La desacralización del mundo en general y del
arte en particular con la entrada del mundo contemporáneo es evidente. Ahora
bien, en estos últimos tiempos están sucediendo dos fenómenos significativos.
Por un lado, la vuelta al numen animal por un importante grupo de la población
en Occidente: el llamado animalismo. Y por otro lado el inédito fenómeno
contemporáneo que con notable acierto predijo Marshall McLuhan: el de la aldea
global de las redes sociales, que a veces degenera en aldeanismo. Estas nuevas
situaciones inevitablemente crean un nuevo mundo y con ello nuevas formas de
representación y nuevos intereses en las artes visuales. Ya
lo decía Dylan: “The Times They Are
a-Changing”. O usando un texto de alguien no sé si menos sospechoso
como Paul Valéry, citado por Walter Benjamin en esa obra fundacional de la
contemporaneidad que es La obra de arte en la época de su reproductibilidad
técnica:
“La fundación de
nuestras Bellas Artes y la fijación de sus distintos tipos y usos se remontan a
una época que se distingue marcadamente de la nuestra, y a hombres cuyo poder
sobre las cosas y las circunstancias era insignificante en comparación con el
nuestro. Pero el sorprendente crecimiento de nuestros medios y la adaptabilidad
y precisión que han alcanzado, nos aseguran para un futuro próximo profundas
transformaciones en la antigua industria de lo bello. En todas las artes hay
una parte física que ya no puede ser vista y tratada como antes; que no puede
sustraerse a las empresas del conocimiento y de la fuerza modernos. Ni la
materia ni el espacio ni el tiempo son desde hace veinte años lo que habían
sido siempre. Debemos esperar innovaciones tan grandes que transformen el
conjunto de las técnicas de las artes y afecten así la invención misma y
alcancen tal vez finalmente a transformar de manera asombrosa la noción misma
del arte.” Paul Valéry, Pièces sur l'art («La conquête de l'ubiquité»).
De ninguna manera todo esto que he expuesto hasta
ahora quiere dar una carta blanca al arte contemporáneo. Más que nada porque el
arte contemporáneo, como el renacentista o el barroco, no existe como “una unidad
de destino en lo universal”. El arte, en todos los lugares y épocas, no es
unívocamente acertado, enriquecedor y maravilloso. Desde sus inicios han
existido artistas con obras desafortunadas, inútiles y horrorosas, ya que el
artista per se no es un infalible
demiurgo. Y tampoco quiero negar la evidencia de que, al igual que la música,
ha existido un importante salto formal y conceptual entre buena parte de las
artes visuales anteriores y posteriores a lo que se conoce como las
vanguardias. La cuestión estaría en concretar esa diferencia.
En una de esas maravillosas sincronías que a veces nos
sorprenden, poco después de leer el libro de Baricco, me suceden dos hechos no
planificados: por un lado voy de forma imprevista a la neocueva de Altamira[5];
y por otro lado me encuentro por pura
casualidad con el libro La palabra pintada de Tom Wolfe, que trata el asunto de
la supuesta degeneración del arte contemporáneo desde la estricta perspectiva
de las artes visuales. En este libro el periodista parte de la siguiente idea: “…francamente,
hoy en día, sin una teoría que me acompañe, no puedo ver un cuadro.” Y en esto
tiene Wolfe su parte de razón. Desde las vanguardias en las artes visuales se
ha abusado del discurso teórico como excusa para todo. No lo voy a discutir, ni
siquiera que esto sí sea un elemento común con cierto tipo de música
contemporánea. El que se abran los límites del campo de batalla no significa
que todo sea válido ni significativo. Vamos, que sí, que también se cuela mucha
basura. Pero como construcción humana, que no divina, arte malo siempre ha
habido y siempre habrá.
Epílogo: No es país para vacas.
Toda forma de arte es una construcción social[6].
Como construcción social está sujeta a coyunturas geográficas e históricas que
hay que tener en cuenta para poder entenderlo, y disfrutarlo en toda su
profundidad y dimensión. Dentro de lo que consideramos medios de expresión
artísticos está la música, que tiene la particularidad de que con un control
concretos de sus partes (melodía, ritmo y armonía) actúe directamente en
nuestro sistema límbico.
Siendo una construcción humana, por lo tanto falible y
sujeta a cambios, es sorprendente la vehemencia con la que algunas personas
defienden interpretaciones del arte fuera de su canon, a veces con la misma
actitud con la que un fanático protege un dogma de fe contra la herejía. En
esto recuerdo y comparto otra tesis de Gustavo Bueno expuesta en su artículo El
reino de la Cultura y el reino de la Gracia[7]:
la visión que parte de la Ilustración y del idealismo que sustituye la idea de
la Cultura a la del Reino de la Gracia. Una vez más la Ilustración tomando los
territorios del cristianismo. Con esa visión encaja perfectamente la cita de
Hegel que encabeza el opúsculo de Baricco: «la música debe elevar el alma por
encima de sí misma, crear una región donde, libre de toda ansiedad, pueda
refugiarse sin obstáculos en el puro sentimiento de sí misma».
Como no creo en los placeres excluyentes no descarto
esta visión del arte “elevadora”, pero también creo que pensar que el arte es
eso y sólo eso es absolutamente limitante y reduccionista. Hay formas de arte,
como la música, que no necesitan de preparación para disfrutarlas, e iletrados,
bebés o vacas pueden sentirse bien en su presencia. Pero otras formas de
expresión artística parten de un lenguaje complejo que requiere de una
iniciación y de una elaboración mental más propia del neocórtex, como la
literatura y las artes visuales. ¿Qué es una hoja escrita en chino para alguien
que no entienda ni lea ese idioma? Puede
tener escrito el mejor poema, pero para el que no conozca el código no verá más
allá que unos dibujos abstractos sobre un papel. Pues lo mismo puede pasar con
algunas manifestaciones visuales contemporáneas.
El arte es todo lo que el ser humano quiere que sea. Un
medio para alcanzar lo sublime o un lenguaje para comunicar emociones, o un
divertimento para jugar, para reír o reflexionar. El arte como todo lenguaje a
veces puede admitir someterse a reglas, y otras pueden estar ahí esperando que
sean rotas. Y en cualquier caso, hagamos lo que hagamos, sigue existiendo un
hilo invisible que une la mano de la persona que pintó los bisontes de Altamira,
la que esculpió en mármol, la que pintó al óleo, la que compuso música que
agrada a las vacas, la que diseñó instalaciones o creó performances, hasta la
que hoy maneja el ratón de un ordenador.
Como dijo Hipócrates: "La vida es breve, el arte largo, la ocasión fugaz, la experiencia
confusa, el juicio difícil.[8]" Para algo que tenemos que nos agrada y no es tan importante,
no lo hagamos más difícil.
[1] http://orlandoddrago.blogspot.com/2018/04/reflexiones-de-un-artista-basura-en.html
[2] Alessandro Baricco, El alma de Hegel y las vacas de Wisconsin, 1999.
Ediciones Siruela.
[3] La perspectiva de este artículo se centrará en todo momento desde el
punto de vista de la evolución del fenómeno en Occidente.
[4] Que posiblemente evolucionase a través de sonidos que se estandarizasen
y aceptasen durante las narraciones gestuales de los líderes carismáticos de
las tribus humanas.
[5] En la airada conferencia, no por el ponente, sino por su más fiero
defensor, se negó la condición de arte al rupestre por encontrarse privado de
la condición elevadora que proponen los partidarios del arte como sublime ideal
romántico.
[6] Aunque globalmente no estoy cerca de las tesis del constructivismo
social en este caso sí es obvio e inevitable: el arte es una construcción
social. Si en algunas situaciones considero que las llamadas construcciones
sociales son en realidad materializaciones coyunturales del fenotipo, en el
caso del arte no hay duda de que se trata de manifestaciones que derivan de la
complejidad social misma.
[7] Gustavo Bueno Martínez,
El reino de la Cultura y el reino de la Gracia. El Basilisco, 2ª época, nº 7,
1991, páginas 53-56. http://www.filosofia.org/rev/bas/bas20706.htm
[8] Hipócrates, Aforismos. "Ὁ βίος βραχὺς, ἡ δὲ τέχνη μακρὴ, ὁ δὲ
καιρὸς ὀξὺς, ἡ δὲ πεῖρα σφαλερὴ, ἡ δὲ κρίσις χαλεπή."